sábado, 2 de noviembre de 2013

Cree el ladrón...


Por Nigromante Apresurado

…que todos son de su condición, dice el refrán. Nada más cierto cuando se trata de los nacionalistas. Para ellos el mundo es una selva de nacionalismos enfrentados los unos a los otros. Así como para el marxismo la historia se entiende como una eterna lucha de clases (y de razas para los nazis),  para los nacionalistas, es una continua lucha de nacionalismos por imponerse los unos a los otros. Y por supuesto, todos lo somos. Nacionalistas, digo, todos lo somos. Si uno está a favor de la unidad de España por ejemplo, es un nacionalista español. Si el Partido Socialista francés llena sus mítines con banderas republicanas, es que son una panda de nacionalistas franceses. Claro. Para qué votar al Front National de Le Pen teniendo al PSF.

Sin embargo el nacionalismo, como doctrina política, es algo relativamente reciente. Es un invento de las revoluciones burguesas. Tras acabar con la lealtad al rey y la fe religiosa como motores del patriotismo, los estados liberales del siglo XIX tuvieron que inventar algo que supiera movilizar a las masas en su defensa. Y esa herramienta fue el nacionalismo. Algo relativamente sencillo, pues si para movilizarse a través la religión es necesario tener una visión abstracta de la existencia y creer en la trascendencia del alma, para ser nacionalista solo hay que tener bien engrasado el instinto territorial de los animales: un gregarismo de manada que ya es capaz de desplegar en todo su potencial, por ejemplo, el cerebro de las hormigas.

Pese a ser algo tremendamente fácil de provocar incluso en las mentes más limitadas (especialmente si lo son), los estados serios, civilizados y responsables, renunciaron a utilizar nacionalismo como motivador político por los perniciosos efectos secundarios observados en poco menos de un siglo de uso indiscriminado. Como las armas químicas o la esterilización de discapacitados, el nacionalismo es algo que ya solo pueden defender en el mundo del siglo XXI algunos sátrapas orientales o ciertas tiranías africanas. Desde luego es algo completamente incompatible con la democracia moderna, y por supuesto con la construcción europea, que se hizo, precisamente, contra y en contra de los nacionalismos.

Aunque algunos consideren que el patriotismo y el nacionalismo son sinónimos, y los nacionalistas suelen encontrar cierto placer morboso en llamarse a sí mismos patriotas, como si eso les elevara más allá de lo mezquino de su ideología, lo cierto es que un nacionalista siempre es un mal patriota. Ya lo decía Camus: amo demasiado a mi país para ser nacionalista. Ejemplos podemos verlos en cualquier lado. Cuando el nacionalismo, los nacionalistas, se hacen con el poder en un territorio, lo que sigue siempre es un rosario de calamidades. Lo que pasó en la antigua Yugoslavia lo tenemos suficientemente cerca y creo que no merece mayor explicación.

Hay otra característica notable de los nacionalismos y es que todos ellos sin excepción, son capaces de entender que los demás nacionalismos son malos, salvo ¡oh casualidad! el suyo propio, que siempre es bueno. Es curioso porque eso no pasa con otras ideologías: los socialistas, los comunistas, los liberales, incluso los islamistas, son capaces de unirse en hermandades supranacionales, de hecho lo hacen constantemente  con muy buenos resultados. Los nacionalistas jamás. Tal es su naturaleza excluyente. Un nacionalista griego y uno turco por ejemplo siempre se llevarán a matar. De hecho, parece que los nacionalismos disfrutan guerreando constantemente los unos contra los otros. No es de extrañar pues esa es precisamente  su deprimente visión del mundo. Si diferentes nacionalismos se unen, es simplemente por el interés circunstancial de combatir a un enemigo común y nunca por verdadera empatía. Como USA y Bin Laden en Afganistán cuando había que echar a los soviéticos. El engendro de Galeusca sin ir más lejos responde a esa dinámica. Lo cual no evitará que a pesar de las fotos y los actos de hermandad de esa cosa ideada simplemente para acabar con España sumando fuerzas, los nacionalistas catalanes sigan pensando que los vascos son unos brutos y que los gallegos son unos paletos incapaces de entender las sutilezas mediterráneas de los que inventaron el pacto y la democracia a nivel mundial, mientras que los nacionalistas vascos están convencidos de que los catalanes son unos peseteros y los gallegos unos melancólicos, que como a todos los pueblos latinos les falta el coraje, la nobleza, la honestidad y la hombría necesarias para acometer grandes empresas como Dios manda. Sin embargo, los nacionalistas gallegos secretamente se reirán de todos ellos, porque saben que son los únicos nacionalistas buenos, ya que los vascos y los catalanes no son más que una panda de burgueses egoístas y privilegiados que siempre y por mucho que se esfuercen carecerán del alma poética, desprendida, sacrificada y aventurera de los gallegos.

viernes, 25 de octubre de 2013

Boicot catalán al... cava catalán


Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, va y aparece esto.

Es decir, el "diario" digital Directe.cat, llamando al boicot a Freixenet, lo que ya sería en sí gracioso sin necesidad de rematarlo con la cursilería típica de quien pretende animar a un boicot sin decirlo directamente e intentando además parecer refinado. Ridículo.

Si el boicot del resto de España al cava catalán era paleto y absurdo, no creo que queden adjetivos para definir el boicot catalán al cava catalán. Cataluña, no nos engañemos, no se enfrenta solo a un proceso de independencia, sino al asalto al poder de una panda de garrulos que no solo intentan aislarla internacionalmente y enemistarla con el resto de España, sino también imponer el terror entre quienes internamente no comulguen con sus intenciones.  

La traducción:
Freixenet se cierra las puertas al mercado catalán
El presidente de las cavas nos invita a abandonar sus burbujas y elegir el cava de pequeños productores que hacen producto bien elaborado, de calidad y que tienen el país en la cabeza 
José Luis Bonet, presidente de Freixenet y de “Marcas Renombradas Españolas”, en declaraciones a THE NEW YORK TIMES, que hizo un artículo sobre los temores del empresariado catalán ante la posibilidad de una Cataluña independiente, afirmaba que “Cataluña es una parte esencial de España y debe continuar siéndolo”, y apostaba por el diálogo. Este martes algunos medios han publicado la noticia según la cual Freixenet habría paralizado la construcción de un nuevo centro logístico en Cataluña donde tenía previsto invertir más de 30 millones de euros porque teme una declaración unilateral de independencia por parte del Parlament y que ello suponga una salida de Cataluña de la Unión Europea.
Los catalanes que quieren ser consultados y que no temen a la independencia seguramente sabrán encontrar alternativas con un cava que no sea miedoso.
Bonet es uno de los grandes caciques de la uva, de los conocidos como “escanya pagesos” además de defensor activo y acérrimo de la marca España, forma parte del club de los que han vendido el país por cuatro reales y que han desprestigiado el producto –el cava- hasta límites inconcebibles. Hace ahora un año, el ingeniero, empresario y ensayista catalán Xavier Roig, en un artículo en el diario ARA, hablaba del drama del sector del cava, que se ha convertido en un producto que de catalán tiene poco y de calidad menos, y explicaba que la marca está desprestigiada a nivel mundial. Los pequeños productores que venden al mundo un producto bien elaborado deben luchar por defenderse ante una marca que se ha hecho un nombre internacional: el del vino gasificado barato, muy adecuado para elaborar “Spanish sangría”, decía Roig. El consumidor tiene siempre la última palabra.

lunes, 21 de octubre de 2013

La España guay


En los últimos años ha alcanzando cierto predicamento la idea de que el avance del nacionalismo en España se debe en parte a que nadie le ha presentado nunca batalla ideológica ni de ningún tipo. Y bien está. Pero antes de que el asunto se convierta en trending topic, convendría analizar algunos detalles de una dejadez que parece ya estructural e incurable, porque al final da la sensación de que sí, se admite el hecho, pero todo el mundo quiere quitarse el muerto de encima.

Que los partidos políticos de ámbito nacional han estado siempre más cómodos pactando con el nacionalismo “moderado” que combatiéndolo es algo que ya nadie discute a estas alturas del partido. Que la izquierda más radical  y no tan radical se ha dedicado, más que a pactar, a colaborar indisimuladamente en todos los intentos de destrucción de España, tampoco. Lo que quizás sí ha pasado más inadvertido y es objeto de no pocas reacciones airadas cuando se plantea directamente es la desidia, el desconocimiento y el sentimiento de superioridad moral que buena parte de las elites españolas han mostrado siempre hacia el nacionalismo, tal vez porque nunca les ha tocado sufrirlo o tal vez porque la España guay ha decidido que le resbala todo y que el cinismo es la única actitud a la altura de su intelecto. La historia, además, está repleta de ejemplos en los que ese cinismo ha ayudado a la democracia a imponerse a la tiranía, como sabrán.

Hablamos de esa España guay que se ríe de determinados periodistas y pensadores catalanes que llevan toda la vida enfrentados al nacionalismo, pero al parecer no tienen ni puñetera idea de lo que es. Esa España guay que todo lo soluciona con la sublime sentencia de que no hay nada más español que los nacionalistas, dicho con la complacencia y el orgullo de quien ha descubierto la pólvora. Realmente no hay nada más español que lo español, vive Dios. Pero la España guay podría pasarse la noche y parte del día redescubriéndolo entre retruécanos, alegorías y gintónics en el bar de una señora maciza o de algún amigo de la infancia, lo que en su momento vista más, como si con ello resolviese todos los enigmas del mundo e incluso del más allá. 

La España guay cree también que lo de los catalanes es solo cuestión de “pasta” (en eso coincide con el resto de las Españas posibles, hay que decirlo) y que el catalán medio es un cobarde que no se atreve a oponerse a la oligarquía nacionalista: para eso están ahí ellos, enfrentados al mundo, pletóricos y quijotescos, aunque nadie conozca cuál es el “precio” que han pagado por tanta audacia y rebeldía.

La España guay es, en suma, otra de las decenas de Españas que no ha comparecido, con el agravante de que encima quiere hacer ver que sí lo ha hecho mientras afea a los demás su conducta. O sea, eso tan español (y no acabaríamos nunca). Encontrar a un español que se tome en serio la amenaza totalitaria del nacionalismo es cada vez más como buscar una aguja en un pajar. Quizás porque aún es más difícil encontrar a un español que se tome la propia España en serio. Solo la ineptitud de los nacionalistas y la irrealidad, incluso superior a la de la España guay, en la que viven, han hecho que no estemos peor. Pero empieza a ser inevitable plantearse si, realmente, no lo merecemos.

jueves, 17 de octubre de 2013

'Censura' torera


Andan los nacionalistas al borde de las lágrimas y con las vestiduras hechas jirones desde que el Ayuntamiento de Gijón decidiese suspender un concierto de Albert Pla. El motivo de la cancelación: unas declaraciones del cantautor catalán al diario asturiano LA NUEVA ESPAÑA en las que afirmaba sentir asco por ser español. Tiempo les ha faltado a algunos para enarbolar la bandera de la “libertad de expresión” y hablar de “censura”. Esas ideas que España rompió de tanto usarlas.

Lo cierto es que Albert Pla ha hecho uso de su libertad de expresión sin que se haya ejercido ninguna censura y sin que ello le haya acarreado más consecuencias que la suspensión de su concierto por parte del Ayuntamiento de Gijón, que es quien lo había contratado y por tanto está en su pleno derecho de cancelar la actuación. Faltaría más. España se ha acostumbrado de tal manera al insulto gratuito que lo raro y escandaloso es que reaccione. Como si lo normal fuese que un músico que va a dar un concierto en París lo haga al grito de que Francia le da asco. Ya no hablamos de Cataluña, donde por mucho menos se te encadenan delante de tu casa para exigir que no abras la boca nunca más. Nadie ha mandado callar a Albert Pla ni le ha prohibido actuar en ningún sitio. Nadie se va a quedar sin poder escuchar sus opiniones o canciones si así le place. Nadie ha eliminado ni retirado ni secuestrado ningún contenido ni expresión artística del músico catalán, que es lo que realmente implica la censura.

Lo gracioso, y es que la vida es una paradoja tras otra, es que casi a la vez en Cataluña se producía un caso de veto de una expresión artística por motivos exclusivamente ideológicos que ha pasado mucho más desapercibido. Ya se sabe que lo que se convierte en norma deja de ser escándalo y el hecho de que el Ayuntamiento de Barcelona haya descartado sin dar ninguna explicación convincente la imagen publicitaria del World Press Photo por contener la fotografía de un torero ya no parece sorprender a nadie. Hay que reconocer que la reacción de los partidos de la oposición del Ayuntamiento ha sido ejemplar e incluso el antitaurino ICV ha denunciado el atropello, pero la gravedad de vetar una expresión artística únicamente por razones políticas, sin que planee siquiera la menor sombra de otros aspectos susceptibles de interpretación, como la ofensa religiosa, la violencia o la posibilidad de herir la sensibilidad (hecho por el que se había descartado la foto ganadora para promocionar el certamen), debería haber provocado una reacción social que no se ha producido y hace saltar una vez más todas las alarmas, especialmente cuando se trata de una ciudad símbolo de la vanguardia y la creatividad como es Barcelona.

“Papa, jo vull ser torero” decía Albert Pla en su célebre canción sin sospechar seguramente que eso es algo que en Cataluña se acabaría prohibiendo como quien dice hasta en foto. A mí, que reconozco haber sentido siempre cierta admiración por él, me sorprende ese repentino giro político y, si bien puede manifestar lo que quiera, obviamente, creo que nunca está de más mostrar un mínimo respeto por el público y no perder de vista que es bastante probable que sean la democracia y la legislación españolas las únicas que lo puedan proteger si un día se le vuelven en contra el puritanismo, la mediocridad y el pensamiento único que está imponiendo el nacionalismo catalán. Porque de eso no está libre nadie. Ni siquiera los que ahora le son útiles como él.

lunes, 14 de octubre de 2013

Ens insulten


El nacionalismo catalán, ese sentimiento permanentemente insultado y humillado por el Estado español, tiene la curiosa costumbre de llenar las páginas de sus periódicos con ilustraciones como las que reproduzco en esta entrada. En ellas, se presenta una deformación grotesca de los españoles como seres subdesarrollados (en algunos casos con rasgos primitivos y claramente infrahumanos), violentos, ladrones y maltratadores, frente a una imagen de los catalanes como seres civilizados, democráticos, pacíficos y víctimas de la intransigencia y el expolio españoles. ¿A alguien le suena? Sí: el parecido del mensaje con el de cierto medio tristemente célebre por incitar al odio y de cuyo nombre no quiero acordarme llega a ser tan espeluznante que da miedo pensarlo. 

El 12 de octubre ha sido una ocasión formidable para desplegar todo ese "talento" al servicio de la pedagogía del odio: a falta de imágenes reales que corroborasen la presencia de símbolos fascistas en la concentración de plaza Catalunya, la viñeta se ha convertido en un vehículo perfecto para relatar lo que sencillamente no ocurrió y encuadrar a decenas de miles de personas que pacíficamente se reunieron para celebrar el Día de la Hispanidad en movimientos ultras y fascistoides.

Cosas así suceden prácticamente a diario sin que ello tenga ninguna consecuencia. Quisiera con este compendio llamar la atención sobre el peligro para la convivencia que supone la presencia constante de este tipo de humor gráfico en la prensa catalana. No existe un equivalente en la prensa del resto de España, esa a la que se califica recurrentemente de "caverna", y es de justicia señalarlo. El pueblo catalán no es ridiculizado ni caricaturizado de forma sistemática como lo hace una parte de la prensa nacionalista con los españoles. Y, a pesar de todo, cosas de la propaganda, los insultados son ellos.

Viñeta publicada en LA MAÑANA:


Viñeta publicada en el digital EL CIRC DE TARRAGONA:


Viñeta publicada en la edición digital de EL PUNT AVUI, a propósito de la tragedia de Santiago de Compostela que costó la vida a 79 personas. Posteriormente fue retirada por las innumerables quejas en las redes sociales:


Viñeta publicada en EL 9 NOU, en que España aparece representada como un violador:


Otros ejemplos publicados en LA MAÑANA:





Algunos ejemplos aparecidos en EL PUNT AVUI:




Nada más que añadir.

sábado, 12 de octubre de 2013

Lo imposible (homenaje a Sophie Scholl)


Por Nigromante Apresurado


Lo imposible es el título de la popular película de Bayona en la que, refiriéndose al tsunami que arrasó el Pacífico en 2004, da a entender lo desestabilizador que es que pase algo que nunca habíamos imaginado que pudiera ocurrir, pero que sin embargo ocurre. La historia del ascenso del nazismo es la historia de cómo una panda de lunáticos e inadaptados logró hacerse con el poder en una nación de 80 millones de habitantes que era la vanguardia del mundo en cultura y civilización. Hacer un repaso a los nombres de quienes habían colocado a Alemania a la cabeza del pensamiento occidental en el momento del ascenso de Hitler al poder produce vértigo: Thomas Mann, Albert Einstein, Bertolt Bretch, Martin Heiddeger, Hermann Hesse; en el arte: Carl Orff, Robert Weine, Friedrich Wilhem Murnau, Marlene Dietrich, Walter Gropius, Mies van der Rohe, Peter Behrens, la Bauhaus, Ernst Kirchner, Otto Dix…y si le sumamos Austria, anexionada en 1938 y tierra natal de Hitler: Sigmund Freud, Fritz Lang, Ludwig Wittgenstein, Karl Popper, Oskar Kokoshka, Billy Wilder

Toda esta fantástica concentración de genios y el ambiente fértil, moderno, abierto, cosmopolita que les vio nacer quedó barrido por la ola de locura colectiva desatada por una banda de aventureros políticos nacionalistas vulgares, populistas y demagogos hasta la náusea, marginales, grotescos y supersticiosos. Nadie fue capaz de intuir dentro de Alemania ni fuera de ella la verdadera peligrosidad de esta panda de criminales, y nadie se opuso a ellos con la fuerza necesaria para su neutralización hasta que solo una guerra mundial de 6 años con decenas de millones de muertos pudo llevar a su completa aniquilación. Nadie se tomó en serio la amenaza de los desfiles con antorchas y banderas de las secciones de asalto hitlerianas, más allá de un vago desprecio estético o intelectual, ni la violencia callejera desplegada, que se consideraba como el contrapunto necesario de la de las juventudes comunistas, ni el veneno explícito racista y antisemita en una época en la que grandes autoridades académicas defendían teorías raciales y frenológicas pseudocientíficas para llevar a cabo la mejora de la población a través de técnicas de ingeniería social y eugenesia.

Pero lo cierto es que lo imposible pasó. El histriónico agitador y sus secuaces, parodiados hasta la saciedad, despreciados por su vulgaridad, por su esquematismo mental, vistos desde la izquierda como simples perros guardianes del capital y desde la derecha como unos advenedizos sin clase ni talento, se hicieron democrática y legalmente con el poder sin apenas oposición el 30 de enero de 1933, e instauraron en pocos meses, ayudados por la práctica indiferencia general y el apoyo entusiasta de unos pocos, un estado totalitario y terrorista en un  proceso tan siniestro como paradigmático que recibe el nombre de  Gleichschaltung. Ese proceso finaliza el 2 de enero de 1934 cuando al morir Hindenburg, Hitler concentra en su persona los cargos de Canciller y Presidente y la bandera del NSDAP pasa a ser la bandera alemana en sustitución de la bandera constitucional. Conforme se esfumaba cualquier conato no ya de oposición, sino de simple disidencia interior, los nazis comenzaron a cumplir los puntos de su programa uno a uno, puntos que ya estaban escritos y al alcance de todos en el Mein Kampf, pero que nadie pensó que fueran capaces de llevar a cabo, creyendo que se limitaban a mera propaganda, retórica violenta y antisemita para movilizar a los sectores ultranacionalistas alemanes y para manipular al pueblo en provecho propio. Pero lo cierto es que los nazis creían en lo que predicaban y simplemente fueron cumpliendo su programa tal y como habían anunciado. Así de obvio y así de fácil. Y nadie hizo nada ni dentro de Alemania ni fuera de ella hasta que fue demasiado tarde y el monstruo se había hecho fuerte. Ni Francia ni Inglaterra, apaciguadoras siempre, cediendo a las exigencias hitlerianas que consideraban en parte legítimas o comprensibles, por debilidad o por simple pacifismo mal entendido, ni Stalin, pactando con los nazis y descabezando mientras tanto a su propio Ejército Rojo, obsesionado como estaba con el enemigo interior real o imaginario, supieron ver lo que se les venía encima. Pero se les vino.

Si Alemania y Austria han podido sobrevivir como naciones a la vergüenza y a la infamia de los 12 años de barbarie nacionalsocialista, 12 años que barrieron de un plumazo siglos enteros de los más grandes filósofos, poetas y músicos, estadistas, científicos e inventores, como si en aquella tierra solo hubiera existido desde el origen de los tiempos un oscurantismo supersticioso de disparatadas leyendas nórdicas adorado por masas de racistas asesinos y fanáticos, fue por el sacrificio de unas decenas escasas de personas (¡de entre más de 80 millones!) que pagaron con su vida el no renunciar a su libertad y a su dignidad, y que llamativamente no surgieron de la intelectualidad, ni de la izquierda, ni de los obreros, ni de los campesinos, ni de los soldados, sino de un pequeño círculo de universitarios cristianos, de la alta aristocracia conservadora y de un selecto grupo de oficiales del ejército alemán: los jóvenes profesores y estudiantes bávaros de la Rosa Blanca en 1943 y la conjura cívico-militar de julio de 1944. Frente al nacionalismo hitleriano que hundió a Alemania y a Europa entera, unas pocas personas demostraron hasta la muerte lo que significa el verdadero patriotismo: amar a tu país sinceramente buscando lo mejor para él, y amar por ello a toda la humanidad. Justo lo opuesto al nacionalismo, que es siempre, en cualquier caso y en cualquier lugar, excluyente y se alimenta solo de odio.

Quiero que este artículo sirva de pequeño homenaje a los hermanos Sophie y Hans Scholl y sus compañeros de Die Weisse Rose, guillotinados por los nazis simplemente por defender la vida, la libertad y la dignidad humanas, así como a Claus Von Stauffenberg y todos los demás miembros de la conjura de julio, los que fueron fusilados sobre el terreno y los que fueron detenidos, salvajemente torturados, humillados en una farsa de juicio y finalmente ahorcados en un sótano con cuerdas de piano, por defender el honor de su ejército y de su patria. Que su modelo sirva de guía a todos los resistentes presentes y futuros contra todos los totalitarismos y en especial contra el más infame de todos: el totalitarismo nacionalista.

martes, 1 de octubre de 2013

En el mes de la prevención del cáncer de mama


En enero de 2011 a mi madre le diagnosticaron un cáncer de mama. Al lógico golpe inicial se sumaron diez meses durísimos de tratamiento entre operación, quimioterapia y radioterapia. Solo la esperanza y la íntima convicción de que lograrás salir adelante pueden hacerte soportar el auténtico via crucis que supone un tratamiento tan agresivo y devastador. En casos como el de mi madre, se ven muestras de estoicismo y valor que no se olvidan jamás.

Mientras ello sucedía pude comprobar con horror cómo una realidad paralela alrededor de ese tema se desarrollaba en las redes sociales. Una realidad paralela que más bien cabría calificar de irrealidad, a tenor del trato alegre y frívolo que, con el supuesto ánimo de concienciar, se estaba dando a la enfermedad. Durante todos estos años, y tras haber vivido la experiencia de mi madre, no he dejado de preguntarme cómo se puede concienciar a la población sobre la importancia de la prevención cuando se presenta una enfermedad que puede ser mortal como si fuera una fiesta. El contraste con el mensaje directo y sin tapujos que se da en general con otras enfermedades en las que también es esencial la prevención es demasiado grande y te lleva inevitablemente a preguntarte por qué y si realmente esa edulcoración y frivolización del cáncer de mama está sirviendo para concienciar a alguien. Porque da la sensación de que, lejos de conseguir tal objetivo, todo este fenómeno no está sirviendo más que para desinformar, dificultar afrontar el cáncer con ánimo positivo pero como lo que es (una grave enfermedad) y darle una dimensión de “reivindicación femenina” que no le corresponde y no beneficia a nadie.

Sirvan como ejemplo esos juegos por todos conocidos de escribir un mensaje en el muro de Facebook cuyo significado solo entienden otras mujeres. A la obvia inutilidad una vez conseguida cierta notoriedad la primera vez (objetivo ya de por sí muy discutible), se une, por una parte, el hacer creer a quien participa que está haciendo algo por la prevención del cáncer de mama (falso) y, por la otra, el no menos detestable gesto de excluir a los hombres, en lo que parece un intento de convertir la enfermedad en un signo de poder y autoafirmación femeninos, y dando incluso por hecho que los padres, hermanos, esposos e hijos de las mujeres con cáncer no sufren los más mínimo y que, por tanto, no pueden participar en esa especie de fiesta de pijamas que las otras mujeres han montado para mostrar su solidaridad con las afectadas. Un mensaje muy positivo y de mucha ayuda para las mujeres que sufren cáncer y necesitan, más que nunca, el amor y el apoyo de toda su familia.

Octubre es el mes de la prevención del cáncer de mama. Mi madre es una de esas mujeres que ha salvado su vida por la providencial aparición de una carta del departament de Salut que la emplazaba a realizarse una mamografía. Gracias a la investigación y a los programas de detección precoz, la supervivencia aumenta cada año un 1,4%. La concienciación sobre la importancia de prevenir está siendo un éxito; el bochornoso espectáculo formado alrededor en algunos medios y redes sociales, no. Si un extraterrestre llegara hoy a la Tierra, tal vez tendría motivos para sospechar que algo tan serio como el cáncer de mama está “de moda”. Y tal vez tendría aún más motivos para pensar que además del cáncer, existe en la sociedad otra enfermedad, esta de carácter social, que no es otra que la estupidez y la falta de empatía. Una enfermedad que no es mortal pero que puede ser terriblemente grave porque, de momento, no tiene cura.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Jordi El Sensible


Ya se sabe que en la Catalunya dels sentiments no hay semana sin lagrimilla y esta vez ha sido el turno del televisivo Jordi Évole con el artículo que ha publicado en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA. En sus sentidas líneas, Jordi, que de silencioso tiene poco, alude a la “mayoría silenciosa” de la que supuestamente se quiere apropiar Soraya Sáenz de Santamaría para explicarnos que él es uno de los que no fue a la cadena, aunque no sabe muy bien por qué (con lo bonita que era).

Al margen de la emotividad de la columna, lo primero que llama la atención es que, estando como está harto de “extremismos” de uno y de otro lado (parece ser que intentar garantizar la enseñanza del castellano en Cataluña está en el sensible corazón de Évole al nivel del “l’Espanya subsidiada viu a costa de la Catalunya productiva”), la carta vaya dirigida solo a la vicepresidenta del Gobierno, a quien difícilmente alguien podría encuadrar en ningún radicalismo, y no a los promotores de esta Cataluña ultranacionalista y al límite de la convivencia pacífica. Esa Cataluña donde, efectivamente, la senyera ha dejado de tener el valor que le corresponde para ceder la “representatividad” a una omnipresente estelada, que milagrosamente se aparece hasta en los canelones como si de una cara de Bélmez se tratara. Jordi está tan hastiado como el que más del nacionalismo catalán, pero, qué cosas, carga solo contra el PP.

Su paradójica actitud, sin embargo, no sorprende del todo, porque es el exponente de algo que arranca con el famoso “ustedes que pueden, dialoguen” de Gemma Nierga y alcanza su máxima expresión en el Tripartito al que tanto amó La Sexta. Algo que tras la equidistancia y un supuesto centrismo esconde la triste realidad de que el odio al PP por parte de cierta izquierda catalana es incluso superior al odio que los nacionalistas sienten por España. Se trata de dos odios paralelos y a la vez indisociables que explican cómo se ha podido llegar a la situación de hegemonía cultural nacionalista de la actualidad y que un importante sector de la sociedad y del star system catalanes no nacionalistas casi nunca se haya lanzado directamente contra el nacionalismo: a CiU y a ERC se los critica, pero bajito, no sea que te confundan con uno del PP o de Ciutadans. Sirva como ejemplo el propio programa ‘Salvados’, donde el enfant terrible de la televisión ha arremetido contra todo y hurgado en todas las cloacas, desde los bancos hasta los partidos políticos, pasando por los supermercados, pero no ha dedicado un segundo a investigar cómo se sufraga la independencia a través de asociaciones financiadas por administraciones que a duras penas pueden mantener sus servicios sociales o pagar a sus trabajadores. Gran ayuda a la izquierda y a la ‘justicia social’ el silencio del amigo Jordi.

Que las últimas elecciones hayan acreditado inequívocamente que Cataluña está superando ese discurso (solo hace falta analizar los resultados y la evolución en el espacio de la izquierda no nacionalista que ha tenido Ciutadans) no ha acabado con esa anomalía, que Jordi Évole, Risto Mejide, Jorge Javier Vázquez o Julia Otero se empeñan en mantener sin sospechar siquiera que a quien le intentan hacer el boca a boca es ya un cadáver, y en estado de putrefacción. Évole y compañía insisten en que hay que votar y que la culpa es de España, cuando la sociedad catalana no nacionalista es cada vez más consciente de que un referéndum es seguir el juego al independentismo (que lo reclama para Cataluña sobre la base de la “voluntad”, pero lo negaría sin pestañear para cualquier territorio o provincia dentro de sus fronteras si alguno de ellos no quisiera sumarse a toda esta locura colectiva) y precisamente por eso, poco a poco pero de forma implacable, ha ido dando la espalda a quienes han dicho defender España mientras favorecían sin disimulo las pretensiones de los nacionalistas.

No parece a pesar de todo, decía, que la realidad catalana vaya a hacer que Jordi y sus amigos del Terrat y de La Sexta se acaben de enterar de la movida, tal vez por aquello de que lo que les funcionó en el pasado mejor no meneallo. Efectivamente, a ellos y a sus bolsillos la pose de catalán entre dos aguas de corrientes radicales siempre en conflicto por culpa de la intransigencia de la España que representa el PP les funciona, y de qué manera, en parte por el desconocimiento y la indiferencia del resto de España respecto al problema catalán. Pero la Cataluña que quiere seguir en España no está para medias tintas ni discursos ñoños y cuanto antes desenmascare esa monserga equidistante, frívola y caduca que solo consigue reforzar los intereses de quienes están intentando sin descanso establecer un régimen totalitario en Cataluña, mejor para todos. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

La caverna


Decíamos ayer...
El niño, o lo que la sociedad hace con él, es el ideal de “un solo pueblo”, integrante sumiso de una unidad inquebrantable que le lleva a perder su identidad bajo su batita mientras el mundo adulto planifica su futuro. La exaltación de la infancia y del “futuro” de que han hecho gala todos los totalitarismos responde a esa manipulación idealizada de la infancia, que se intenta reproducir en simbología y actos absurdos impropios de cualquier ser humano que se precie de ser libre. 
Y para muestra, un botón.

Da mucho miedo...

domingo, 15 de septiembre de 2013

Que vienen los buenos


En lo que ya empieza a parecerse a la peor de las distopías, el nacionalismo catalán ha decretado que la cadena humana y sus pretensiones no pueden ser objeto de crítica porque quienes la formaron eran felices. Sonreían, dice Pilar Rahola, y eso los hace invencibles, como aquellos cristianos de Quo Vadis que cantaban mientras Nerón los arrojaba a los leones.

El buenismo parece haberse convertido definitivamente en el último resquicio que ha encontrado el sectarismo totalitario para erosionar la democracia y el Estado de Derecho. Porque por encima de la democracia solo puede estar el Bien, omnipotente, incontrovertible y capaz de convertir a cualquiera que se oponga a Él en antidemocrático y fascista, ya sea porque ha ganado unas elecciones o por no reconocer un “derecho a decidir”, o sea, a independizarse, que no recoge ninguna democracia moderna para sus territorios (habrá que suponer que Italia, Alemania o Francia son también, como España, fascistas).

En los útimos años no han faltado en nuestro país ejemplos de esa lacra transversal, que se ha colado a izquierda y a derecha siempre con el mismo resultado funesto. Si Zapatero hizo de la paz su punta de lanza buenista para intentar borrar cualquier tipo de oposición a sus planes respecto a ETA, el PP cayó durante no poco tiempo en las garras de los “defensores de la familia” (uno puede estar a favor del matrimonio homosexual, pero a ver quién es el guapo que se muestra contrario a la familia). Que bajo tanta bondad se escondiese una bochornosa negociación con una banda terrorista o un intento de imposición de la moral católica es algo que a ninguno de los dos partidos pareció preocupar hasta que se dieron de bruces con las urnas.

El independentismo catalán ha sido el último en apuntarse al carro del Bien. Lejos de su característico discurso indisimuladamente agresivo, el último argumento nacionalista es la felicidad. El nacionalismo es ahora integrador y necesita de los castellanohablantes (el no permitir que sus hijos estudien en su lengua materna es una mera anécdota). No odia a España, la ama y quiere ser su vecina y hasta darle su voto si alguna vez Madrid vuelve a optar a organizar una Olimpiada (lo de fascista, ladrona y cavernícola es solo un calentón; todos sabemos que no iba en serio). ¿Quién podría oponerse a tanto amor? Nadie que no sea un malvado, obviamente.

Si hasta ahora ser contrario a la independencia era una opción política, enfrentarse en la actualidad convierte inmediatamente a quien ose expresarlo en “enemigo de la felicidad”, que decía Yevgueni Zamiatin en Nosotros. No parece probable que la Via Catalana vaya a ser la antesala de la independencia, pero sí tiene toda la pinta de ser la antesala de una Cataluña sectariamente "feliz" y marcada por la criminalización de la crítica, en medio de un escenario sin líder y con un gobierno hundido, dividido y presa de una organización a quien nadie ha votado y que le marca implacablemente la agenda.

Por este camino se perfila un horizonte crítico para Cataluña, pero también para quienes la están conduciendo a tal extremo. Los últimos tiempos en España sugieren que el buenismo suele tener un corto recorrido. Zapatero, con toda su bondad, no logró convencer a la sociedad y no logró una mayoría absoluta en el peor momento del PP (bien sabían los líderes del PSOE que ese preciso instante marcaba el final del proyecto). El PP no empezó a ser alternativa seria de gobierno mientras no se deshizo de la costra buenista que lo había secuestrado. El nacionalismo catalán acabará de la misma forma si no rectifica. Al tiempo.

martes, 10 de septiembre de 2013

El berrinche


La Assemblea Nacional Catalana ha decidido que una versión moderna del Corro de la Patata va a ser la antesala de la independencia de Cataluña. Una idea tomada del ejemplo de los países bálticos, donde, como todo el mundo sabe, décadas de Guerra Fría y la desintegración resultante de la Unión Soviética a la que pertenecían no tuvieron nada que ver en la secesión de las tres repúblicas, que con el simple gesto de cogerse de las manos admiraron al mundo de tal manera que no tuvo más remedio que concederles, así, sin más, la independencia.

La propagación y aceptación de tesis que parecen salidas de Los mundos de Yupi como si tuviesen algún rigor o fundamento histórico solo puede entenderse en una sociedad profundamente infantilizada a base de propaganda, que lo mismo se da la mano, forma una estelada humana o realiza un flashmob creyendo que va a cambiar el rumbo de la historia, que se compra un kit de merienda por la independencia digno de un campamento de boy scouts sin sentir el más mínimo rubor.


No es casualidad que la infantilización forme parte de la estrategia nacionalista. La mayoría de actividades que los adultos programan para los niños incluyen la pérdida de individualidad, la masificación y el grupo uniformado como aspectos clave en su socialización. Desde los uniformes a las excursiones cogidos de la mano (curiosa coincidencia) o incluso asidos a una cuerda, el ser humano moderno se ve sometido desde su más tierna infancia a un proceso de despersonalización del que se va deshaciendo en la edad adulta de forma natural, aunque luego lo perpetúe sin cuestionárselo demasiado en sus propios hijos. Difícilmente un adulto se sentirá cómodo formando una “cadena” o figuras geométricas como si fuese una ficha de dominó, a no ser que viva en Corea del Norte (por la cuenta que le trae)… o sea nacionalista catalán.


El niño, o lo que la sociedad hace con él, es el ideal de “un solo pueblo”, integrante sumiso de una unidad inquebrantable que le lleva a perder su identidad bajo su batita mientras el mundo adulto planifica su futuro. La exaltación de la infancia y del “futuro” de que han hecho gala todos los totalitarismos responde a esa manipulación idealizada de la infancia, que se intenta reproducir en simbología y actos absurdos impropios de cualquier ser humano que se precie de ser libre. 

Pero además de la uniformidad y la sumisión, conducir a la sociedad a un estado pueril propicia algo característico y prácticamente exclusivo en los niños: el berrinche. Porque el berrinche es un tipo de enfado que no atiende a lógica ni a razones y que suele venir precedido de la frustración de no haber conseguido una meta que seguramente al niño le parece de lo más razonable, pero que con frecuencia está desconectada de la realidad.

Después de asombrar al mundo vistiéndose de amarillo y cogidos de las manos mientras meriendan “la piruleta de la estelada” cuando la realidad nos dice que no hay ningún avance significativo, ni social ni político, para conseguir el objetivo de la autodeterminación, a los independentistas les queda pues el berrinche. Si se traducirá en arrancar páginas de la Constitución como un niño arranca las piernas de sus Madelman en pleno éxtasis destructivo o en poner del revés el retrato de algún monarca español en un ayuntamiento es ahora mismo una incógnita, aunque me temo que más pronto que tarde lo sabremos.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Los equidistantes


Por Nigromante Apresurado

Una de las causas que más han favorecido la formación de la burbuja nacionalista en Cataluña ha sido la inestimable colaboración del adversario por incomparecencia. Las causas por las que el espectro político y social no nacionalista ha estado sumido durante treinta años en una pasividad sumisa y fatalista frente a la audacia temeraria de un nacionalismo cada vez más agresivo y el abandono incomprensible del Estado merecen un profundo estudio psicoanalítico. Por eso resulta mucho más sorprendente la existencia de todo un sector de “equidistantes”, cuando para estar en medio hacen falta dos bandos, y en este caso bando solo ha existido uno, el del nacionalismo que ha ido cumpliendo todas sus hojas de ruta, devorando cada vez más  terreno político, mediático y social, y ocupando el vacío que le han ido dejando todos los demás.

Los equidistantes, provenientes muchos de sectores progres y de retórica blandamente   izquierdista, ecologista y demás variantes ideológicas igual de cool y amables, se han definido como una tercera vía frente a las opciones separatista y española. Su tarea: hacer que España fuera de alguna manera menos España para que el nacionalismo se sintiera cómodo y pudiera llevar a cabo su programa de máximos y de ingeniería social sin tener que pasar por la independencia. Cambiar una franja roja de la bandera nacional por otra morada y que así quede menos española, colaborar en la prohibición selectiva de la tauromaquia, apoyar la celebración de una consulta ilegal y unilateral y decir no querer la independencia (¿para qué demonios organizar entonces semejante consulta? ¿por qué no organizarla entonces también para Soria o para el Bierzo?), o hablar de un estado federal cuando el estado de las autonomías ya lo es son solo algunas de las ocurrencias de todo este sector dedicado en cuerpo y alma a apaciguar a un nacionalismo cada vez más agresivo, crecido y exigente.

De este sector tan guay provienen lemas tan absolutamente guays y líquidos como ellos “peor que los separatistas son los separadores”, como si existiera algún grupo nacionalista mesetario defendiendo la expulsión inmediata de Cataluña, con sus editoriales conjuntos y sus multas lingüísticas, por ser demasiado liberal y democrática. O esa monada tan entrañable de “yo soy ciudadano del mundo” ¡¡¡Yo también quiero tener esa nacionalidad mundial con el pasaporte arcoíris y mandar a tomar por saco esto tan rancio de ser español y por lo tanto ciudadano de la UE!!!

Esos sectores tan equidistantes ellos, obsesionados por caer en gracia al amo nacionalista, por no ser confundidos con españoles y por lo tanto con franquistas torturadores de animales, que incluso gobernaron en tripartito junto con el partido del que colocó a Cataluña al fin en el mapa del terrorismo, para que ETA matara solo más allá del río Cinca, siguen en su confusión. Siguen hablando de choque de trenes cuando aquí solo hay un tren a punto de descarrilar, siguen hablando de cerrazón de las dos partes y de diálogo cuando no hay diálogo posible con quien solo entiende la negociación como chantaje permanente y pulso constante a la legalidad y la legitimidad de un estado que busca destruir, siguen pensando que la deriva separatista se debe al facherío de Rajoy, cuando la realidad es que el PP está renunciando una vez más a dar una batalla política seria y argumentada al nacionalismo más allá de alguna bochornosa arenga sentimental de puertas afuera, mientras intenta quitarse el problema de encima en secreto  cediendo algún tipo de compensación fiscal, como premio de consolación para los nacionalistas por si les viene en gana meter en un cajón este quebradero de cabeza de la independencia durante un tiempo.

Este es el panorama: quien debería defender la idea de España contemporizando a la defensiva y quienes deberían defender la libertad y el pluralismo de la Cataluña real asumiendo como propios todos los clichés de la propaganda nacionalista e intentando hacer aparecer como moderación y voluntad de diálogo lo que no es más que debilidad y sometimiento a un nacionalismo envalentonado y desbocado.

Quizás ha llegado el momento de replantearse absolutamente todo. Quizás ha llegado el momento que tras la definitiva salida del armario independentista se produzca otra salida del armario mucho más audaz, valiente y necesaria. Quizás ha llegado el momento, no de celebrar la “Diada de todos”, sino de replantearse si la celebración misma de esa Diada como fiesta de Cataluña no es en sí ya una concesión a un símbolo sectario, inherente a una determinada ideología y que en el siglo XXI no puede pretender representar la complejidad de una sociedad catalana que en nada se parece ya a la de 1714. Quizás ha llegado la hora de exigirles a los equidistantes que se definan: si están del lado del nacionalismo y sus objetivos, o si están por la libertad y el pluralismo, y entonces que se opongan de una vez activamente a todo este proceso de “construcción nacional”. Que descubran que su lugar tiene que estar junto a quienes soñamos que el nacionalismo quede también en Cataluña políticamente arrinconado, expulsado del espacio central que actualmente ocupa, y que como en otras zonas de Europa occidental quede reducido a una minoría radical fanática y xenófoba marginada por cualquier opción política seria y democrática, tanto de izquierdas como de derechas.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Prohibido reír



Una ve esta imagen de 100 independentistas catalanes, 100, a lo largo de los más de 8.500 km de la Muralla China y podría hasta sonreír con simpatía si acto seguido no hiciera el ejercicio de comprobar los titulares que la maquinaria propagandística del nacionalismo ha adjudicado a la foto. “Éxito”, “toma de la Muralla” o “espectacular imagen” son algunas de sus expresiones, que dejan la pesca salmones de aquel Franco decrépito en un mero accésit en el Olimpo de lo grotesco. Sonreír no... Al final es que te tienes que reír.

Desde la campaña de Mas con los brazos en alto cual Mesías, el independentismo ha sufrido una deriva hacia el esperpento que su supuesta vocación internacional, cosmopolita, moderna y 2.0 no ha hecho más que poner de manifiesto e incluso agravar, si es que cabía. El contraste entre tales pretensiones y los delirios de la propaganda que las acompaña es demasiado grande:


El tema en sí no pasaría de lo anecdótico, insisto, si no se le intentase dar toda esa pátina de seriedad desde organismos y medios oficiales y, lo que es peor: si no se nos prohibiese reír. Porque al final se trata de eso: no te puedes reír. Ni siquiera cuando el Institut Nova Història dice que Cervantes se llamaba Servent y escribió El Quijote en catalán pero la pérfida Castilla le obligó a traducirlo. Yo, de raíces asturianas, me imagino que un historiador dice que El Quijote se llamaba El Quixotín y que en realidad se escribió en Llanes y me da a mí que por aquellos lares no paran de reír hasta el año 2020. Pero en Cataluña no: reírse del INH o de cualquier cosa de dentro de sus fronteras, por hilarante que sea, es un crimen de lesa humanidad, una ofensa y un acto de alta traición.

Basta con ver cómo un “bufón” (dicho desde el mayor de los respetos) se ha convertido en la mayor bestia negra del nacionalismo. Albert Boadella, visionario y genio catalán en el “exilio”, solo tiene el arma de la risa y la provocación, llevando al delirio su oposición al nacionalismo y ofreciendo el reflejo grotesco de lo que en realidad se está convirtiendo Cataluña, de aquello que nadie quiere ver… Resulta sintomático y a la vez estremecedor que sea precisamente eso, su irreverencia y no su españolismo, lo que los nacionalistas consideran hoy el peor de los insultos a la patria.

En medio de este panorama la carcajada es, más que una necesidad, un acto revolucionario. No queda sino reírse; por higiene y por dignidad, por rebeldía y, aún más importante, por estética. Lo sabe bien un hombre de la cultura como Boadella, admirable sobre todo porque en ninguna circunstancia, ni en el franquismo ni en el pujolismo ni en el pospujolismo, ha dejado nunca de reír.

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Nota: Me permito añadir, porque lo acabo de ver, este artículo de directe.cat, lacerante ejemplo de que en Cataluña hay quien pretende criminalizar la ironía y prohibir reír, recurriendo si es necesario a la amenaza y al tono mafioso que refleja el fragmento que reproduzco: "Albián i el 'conde' haurien de fer memòria i recordar que un temps no massa llunyà un director de La Vanguardia, Luís Martínez de Galinsoga, va insultar els catalans, i això ja els va costar un disgust." Espeluznante...

miércoles, 28 de agosto de 2013

Una pequeña historia del rock


Todo lo que sé de música se lo debo a las sesiones de dos DJ “frustrados” como mis hermanos y a las interminables (y maravillosas) tres horas diarias de Sputnik en los años de Universidad, cuando Televisió de Catalunya se dedicaba a algo más que a hacer propaganda por la independencia.

Estamos en los 90. Interpreto ahora como un privilegio el haber empezado esa década con 13 años y haberla acabado con 23 (con mis hermanos: el mellizo Alejandro y Víctor, un año menor); es decir, adolescencia y primera juventud. No es difícil imaginar que aquellos fueron los años más felices de nuestras vidas.

En el año 90 el heavy empezaba a entrar en decadencia, pero no había un solo chaval en San Pedro y San Pablo que no reverenciase a Metallica, Iron Maiden, Helloween, Manowar, AC/DC o Judas Priest. Lo mismo debía de pasarle, a mil kilómetros de distancia, a mi primo José Ángel, que desde Oviedo nos introdujo al mundo del metal con una de aquellas cintas de selección de hits que circulaban por entonces y que acababan convertidas en auténticos objetos de culto, hasta el punto de que yo nunca me hubiera movido de aquel cassette si Alejandro no hubiese empezado su frenética carrera por escuchar más y más cosas. El Kill’Em All, el The Number of the Beast y toda la discografía de Metallica (el grupo de Alejandro) y Iron Maiden (el de Víctor) comenzaron a entrar en casa, junto con un goteo constante de nuevos grupos que iban fraguando nuestra primera cultura musical. No es de extrañar que en ese contexto, la irrupción de Nirvana fuera percibida como una agresión para los metaleros de San Pedro, muchos de los cuales no empezamos a valorarlos hasta unos cuantos años después. Nuestra fe en el heavy permanecería inquebrantable incluso con la llegada de dos acontecimientos paralelos y a la vez completamente antagónicos como fueron la LEVEL y aquellos ‘temazos’ de trance, bakalao e italodance (oh, el italodance), que, a pesar de su aparente frivolidad, dejaron una huella que aún hoy, como la del heavy, sigue viva en muchos corazones de los barrios de Tarragona; y descubrir a The Smiths, ese grupo eterno que una vez entra, como bien sabrán los fans, te acompaña de por vida.

No fue hasta años más tarde, como decía, cuando Alejandro y yo empezamos a escuchar a Nirvana. Un tanto desubicados en la modernidad de la gran urbe de Barcelona y en la frenética vida cultural de la Universidad, dimos una oportunidad (¿o más bien se coló?) al grunge, que entró como un elefante en una cacharrería y de alguna forma desplazó a nuestra banda sonora de barrio, el heavy (a pesar de la resistencia de Sepultura), de manera que Pearl Jam, Soundgarden, Stone Temple Pilots, Screaming Trees o Alice in Chains construyeron nuestro nuevo mapa del rock. Mientras tanto, Víctor navegaba entre las aguas de Iron Maiden y Megadeth y las del hardcore melódico, con NOFX encabezando una lista que iría completándose con Lagwagon, Satanic Surfers o Pennywise hasta hacerse interminable.

Aún estábamos en 1994 y ya se habían producido numerosos cambios respecto a los primeros 90. Pero en ese año y los siguientes nos esperaban muchos más. Un descubrimiento de algo pasado cambiaría nuestras vidas: los Pixies, Black Francis y sus inconcebibles gritos en River Euphrates. Se nos abría el mundo de lo alternativo a la vez que en el Sputnik sonaban insistentemente Stereo de Pavement y los ritmos industriales de Ministry o Nine Inch Nails. El brit pop se hace un hueco también con el memorable Definitely Maybe de Oasis y el sorprendente Parklife de Blur, mientras que el intentar acallar el ruido de una verbena de mi barrio me lleva a escuchar extasiada diez veces seguidas un vinilo desconocido que anda por casa, el disco homónimo de Suede, sin tener la más mínima necesidad de explicarlo al mundo (es esta escena lo que a día de hoy yo me atrevería a llamar felicidad). Faith No More, The Posies, Redd Kross, Type O Negative, Paradise Lost, My Bloody Valentine, Teenage Fanclub… se van incorporando a nuestra banda sonora de los 90, particular y concreta, y sin embargo no creo que muy diferente de la de millones de jóvenes de la época (si exceptuamos el italodance).

Se acerca el año 2000. De alguna manera sabemos que ya no será nuestra década. Toca madurar musicalmente antes de hacerlo en general (yo no quiero ni lo uno ni lo otro) y aquellos grupos demasiado “serios” que aparecían en el Rockdelux y que, en plena juventud, habíamos tenido a bien dejar en el tintero empiezan a sonar por casa por cortesía de Alejandro. Son los años de escuchar entre otros muchos a The Jayhawks, The Afghan Whigs o Mark Lanegan, la gran pasión de mi mellizo que yo no entendí hasta que lo vi en directo más de diez años después. Nos acercamos ya sin complejos a los clásicos (a los que ya habíamos acariciado tímidamente atraídos por el misticismo de The Doors): The Beach Boys dejan de sonar solo a California Girls y David Bowie, Neil Young o Love (o más concretamente, el que para mí es el mejor disco de la historia, Forever Changes) ocupan ya un lugar de honor en nuestro trono musical. De repente, The B-52’s nos parece lo mejor que hemos oído. Nuevos grupos y cantantes (al menos para mí), como Boo Radleys o el maravilloso Jeff Buckley me van resucitando los 90. Empezamos a escuchar a Pernice Brothers, a Foo Fighters, a Queens of the Stone Age

Continúa nuestra pequeña historia del rock (seguramente Alejandro y Víctor, que son los verdaderos melómanos, me dirán que me dejo muchas cosas). En realidad, no se acaba nunca. Cuando crees que ya lo has visto todo, descubres a Derribos Arias y a toda la Movida Madrileña, o al iluminado de David Eugene Edwards con 16 Horsepower y Wovenhand, o entras en una especie de comunión inexplicable con Joy Division, o entiendes que en realidad Leonard Cohen es un auténtico genio… y vuelves a empezar. No, no se acaba nunca. Nuevos y viejos nombres se agolpan en nuestra mente, que los va recopilando minuciosamente para no perder esa conexión con algo que en cierto sentido nos ha hecho distintos: más sensibles, más humanos.

Supongo que el advenimiento de la era de las descargas en Internet pilló a Alejandro comprando un arsenal de discos en la FNAC y a Víctor hojeando un catálogo norteamericano de discos de hardcore melódico. Ese mundo no ha llegado a interesarnos (dudo que lo haga nunca), tal vez porque intuíamos lo que por el camino de la tecnología se iba a perder. Pero esa es ya otra historia…

viernes, 23 de agosto de 2013

Amor de hombre


Decía Lord Byron que “El amor del hombre es en su vida una cosa aparte, mientras que en la mujer es su completa existencia”. Las frases del célebre poeta se han hecho populares en los últimos tiempos por contener grandes dosis de ingenio. Esta, además, tiene la virtud de ser verdad.

En la poderosa sentencia bien podría hallarse el origen de la desigualdad, o al menos una de las causas más obvias, en mi opinión, y aun así menos reconocidas. Pero si profundizamos en ella y la aplicamos a la vida diaria, podríamos llegar a la conclusión de que no es el amor en general lo que para la mujer es su vida entera, sino el “ser amada”, que es el epicentro de la educación sentimental que hemos recibido las mujeres a través del cine, la televisión, la literatura y prácticamente todas las manifestaciones culturales desde que se recuerda. Basta con un ejercicio mental sencillo como ver qué excusa es la más habitual en las mujeres a la hora de aguantar y justificar las tropelías de su pareja: “Es que en realidad ME QUIERE”. Difícilmente escucharemos a un hombre tal argumentación si tiene que explicar la misma circunstancia; con bastante probabilidad, la respuesta más frecuente será un “es que LA QUIERO”.

La pasividad amorosa de las mujeres y la primacía de ese aspecto de la vida sobre todos los demás podría explicar muchas cosas, si se pudiera hablar de ello sin riesgo de ser echado a los leones. Porque si en un ataque de irreverencia absoluta decidiésemos cuestionar determinados conceptos como el “patriarcado” para intentar dilucidar, por ejemplo, cómo una mujer puede llegar a aguantar la violencia de género, e intentásemos poner sobre la mesa, además de otros aspectos sociológicos, la educación sentimental como un factor a tener en cuenta, es bastante posible que acabásemos siendo calificados de neomachistas, que es lo peor que se puede ser hoy día. Y aun así no puedo evitar pensar que si cuando una mujer calla o retira una denuncia porque "en realidad me quiere”, en vez de replicarle “no, no te quiere”, le dijésemos “¿Y qué? ¿Es eso más importante que tu integridad física, o que tu dignidad, o que tus hijos?”, daríamos bastante más en el clavo...

Obviamente, no existe una panacea para acabar con siglos de machismo, y menos en España. Es tan poco probable que una mujer para la que el amor (o el ser amada) es “su completa existencia” acceda a pensar que en realidad su pareja no la quiere, como que empiece de la noche a la mañana a poner el amor en el lugar que le corresponde. Pero visto el fracaso de las medidas para acabar con la violencia machista (algunas más que cuestionables) y de la argumentación de la propaganda oficial a la hora de concienciar sobre la lacra, quizás no sería descabellado pensar que una educación sentimental en el sentido contrario al que toda la vida hemos recibido, es decir, basada en el amor, sí, pero en el amor propio, sí podría mejorar la situación para las generaciones que vengan. 

martes, 20 de agosto de 2013

Civilización o barbarie


Por Nigromante Apresurado

En el año 212 de nuestra era, Caracalla, emperador romano nacido en la Galia hijo del también emperador Septimio Severo y de una noble siria, lanzó el famoso edicto que lleva su nombre.

Este edicto también conocido como Constitutio Antoniniana concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes varones libres del imperio, e igualaba también a todas las mujeres libres del imperio en derechos con las mujeres de Roma.

Desde la historiografía marxista se ha querido ver en esta decisión la simple necesidad de aumentar los ingresos fiscales, pero lo cierto es que semejante paso supone una verdadera Constitución Romana en el sentido moderno del término.

El emperador César Marco Aurelio Severo Antonino Augusto declara: [...] concedo a todos los peregrinos que están sobre la tierra la ciudadanía romana […]. Pues es legítimo que el mayor número no sólo esté sometido a todas las cargas, sino que también esté asociado a mi victoria. Este edicto será [...] la soberanía del pueblo romano.

Con estas sencillas palabras se acomete un hecho trascendental en la historia de Occidente. Las provincias romanas dejan de ser posesiones, colonias romanas, y pasan a ser Roma misma. Se acaba la distinción legal entre los colonos de ascendencia italiana (los únicos que podían optar a honores, cargos autoridad y a participar en la política), y el resto de habitantes libres del Imperio. Podemos imaginar que la oposición más fuerte a esta decisión vino de parte de la casta privilegiada que perdía con la extensión de los derechos. Esta situación se mantendría hasta la caída del imperio de Occidente, y la sustitución del estado romano por multitud de reinos bárbaros, con lo que dan comienzo los mil años de Edad Media.

Ningún edicto posterior anuló la Constitución Antoniniana y solo las invasiones bárbaras, las guerras interminables, el feudalismo y el hundimiento generalizado de la civilización convirtieron en papiro mojado estas palabras. Legalmente hablando, todos los peninsulares, como habitantes libres de un territorio imperial, seguimos siendo ciudadanos de pleno derecho de Roma, un estado que aunque ya no existe nos legó lengua, cultura, ingeniería, religión pero sobre todo civilización en un grado solo superado por la humanidad con el liberalismo político y la revolución industrial.

Pasarán exactamente 1600 años antes de que los españoles volvamos a ser ciudadanos de pleno derecho de un estado. Concretamente hasta el 19 de marzo de 1812. Desde la caída de Roma y hasta la constitución de Cádiz los españoles seremos simplemente vasallos. Vasallos de un conde, de un duque o de un rey. Como el Cid, buenos vasallos de un no siempre buen señor. Pero no nos adelantemos.

Cuando los bárbaros ocupan el territorio de Roma, crean en él sus propios reinos independientes del poder imperial que acabará siendo suprimido definitivamente en 476. Las provincias romanas serán desde entonces parte del botín de una serie de pueblos germánicos o asiáticos con un concepto del mundo y el estado opuesto al de la civilización clásica. Frente al universalismo asimilador greco-romano, el particularismo tribal y el derecho de sangre de los bárbaros. Los territorios y el estado pasan a ser propiedades privadas de aristocracias de sangre. Del SPQR (Senado y Pueblo Romano), a los blasones de condes, duques y reyes. Linajes, lazos de sangre y derechos basados en la desigualdad jurídica absoluta según la cuna y las relaciones de vasallaje. De ahí surgirán los reinos, principados y condados medievales.

El estado ya no es el territorio integrado donde se desenvuelve la civilización, y donde conviven desde sirios hasta hispanos, pasando por galos, griegos, egipcios o mauritanos igualados en ciudadanía ante Roma y educados en la alta cultura de las dos lenguas griega y latina, sino propiedades que ganan o pierden unas familias con guerras, matrimonios o herencias.

La cultura se reserva para unos pocos y el resto se sume en la miseria, el analfabetismo y las hablas populares vernáculas (que serán una corrupción desde la ignorancia, la incultura y el aislamiento del latín de nuestros antepasados). De ahí surgirán las lenguas romances medievales.

1600 años después, otras lenguas ya vehículos de alta cultura habrán sustituido al latín, después de la explosión literaria e intelectual del Renacimiento. Otros imperios habrán asimilado pueblos y continentes en una escala global desconocida por los propios romanos. Pero no será hasta 1812 cuando los ciudadanos romanos de Hispania dejemos de ser vasallos de los herederos de sangre de la aristocracia tribal bárbara para volver a tener patria. Para dejar de ser habitantes de los dominios de una familia a pasar a ser españoles de pleno derecho:

Art º1: La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Art. 2º. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
Art. 3º. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Art. 4º. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.
Art. 5º. Son españoles: Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos.
Segundo. Los extranjeros que hayan obtenido de las Cortes cartas de naturaleza.
Tercero. Los que sin ella lleven diez años de vecindad, ganada según la ley en cualquier pueblo de la Monarquía.
Cuarto. Los libertos desde que adquieran la libertad en las Españas.

1600 años para volver al mismo punto político, para volver a ser ciudadanos, para volver a tener soberanía política. El proceso de integración, de aumento de derechos cívicos, continúa hoy en día a través de la Unión Europea. No somos europeos por sangre o por el hecho de haber nacido en un continente. Somos europeos por unas leyes y unos tratados que el Estado español soberano firmó con otros estados europeos soberanos reunidos en una comunidad política. Comunidad política surgida del Tratado de Roma. No es casualidad. Sabemos perfectamente qué es lo que tenían los padres de Europa en mente cuando firmaron en Roma ese tratado. Somos ciudadanos europeos porque somos ciudadanos españoles. Es parte del mismo proceso. No podemos dejar de ser unos sin dejar de ser otros, sin perder parte de nuestros derechos, de nuestra soberanía y desandar el camino andado a partir de 1812. Volver hacia atrás.

Volver hacia atrás. Volver a la Edad Media, volver a la tribu, al derecho de sangre. Recuperar los condados, los principados, las veguerías, el feudalismo. Negar la civilización. Negar la historia. Negar la realidad. La ciudadanía no como la expresión de unos derechos universales sino como expresión de una identidad colectiva particular, de la pertenencia a un determinado pueblo. El instinto animal elevado a categoría política. El nacionalismo étnico. La sangre. La tribu. La barbarie.

No hay más opciones: la Europa de Roma, la Europa de Cádiz, la Europa de los ciudadanos… o la Europa de las etnias, la Europa de Srebrenica, la Europa de las SS. Elijamos. Yo ya he elegido.