jueves, 19 de septiembre de 2013

Jordi El Sensible


Ya se sabe que en la Catalunya dels sentiments no hay semana sin lagrimilla y esta vez ha sido el turno del televisivo Jordi Évole con el artículo que ha publicado en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA. En sus sentidas líneas, Jordi, que de silencioso tiene poco, alude a la “mayoría silenciosa” de la que supuestamente se quiere apropiar Soraya Sáenz de Santamaría para explicarnos que él es uno de los que no fue a la cadena, aunque no sabe muy bien por qué (con lo bonita que era).

Al margen de la emotividad de la columna, lo primero que llama la atención es que, estando como está harto de “extremismos” de uno y de otro lado (parece ser que intentar garantizar la enseñanza del castellano en Cataluña está en el sensible corazón de Évole al nivel del “l’Espanya subsidiada viu a costa de la Catalunya productiva”), la carta vaya dirigida solo a la vicepresidenta del Gobierno, a quien difícilmente alguien podría encuadrar en ningún radicalismo, y no a los promotores de esta Cataluña ultranacionalista y al límite de la convivencia pacífica. Esa Cataluña donde, efectivamente, la senyera ha dejado de tener el valor que le corresponde para ceder la “representatividad” a una omnipresente estelada, que milagrosamente se aparece hasta en los canelones como si de una cara de Bélmez se tratara. Jordi está tan hastiado como el que más del nacionalismo catalán, pero, qué cosas, carga solo contra el PP.

Su paradójica actitud, sin embargo, no sorprende del todo, porque es el exponente de algo que arranca con el famoso “ustedes que pueden, dialoguen” de Gemma Nierga y alcanza su máxima expresión en el Tripartito al que tanto amó La Sexta. Algo que tras la equidistancia y un supuesto centrismo esconde la triste realidad de que el odio al PP por parte de cierta izquierda catalana es incluso superior al odio que los nacionalistas sienten por España. Se trata de dos odios paralelos y a la vez indisociables que explican cómo se ha podido llegar a la situación de hegemonía cultural nacionalista de la actualidad y que un importante sector de la sociedad y del star system catalanes no nacionalistas casi nunca se haya lanzado directamente contra el nacionalismo: a CiU y a ERC se los critica, pero bajito, no sea que te confundan con uno del PP o de Ciutadans. Sirva como ejemplo el propio programa ‘Salvados’, donde el enfant terrible de la televisión ha arremetido contra todo y hurgado en todas las cloacas, desde los bancos hasta los partidos políticos, pasando por los supermercados, pero no ha dedicado un segundo a investigar cómo se sufraga la independencia a través de asociaciones financiadas por administraciones que a duras penas pueden mantener sus servicios sociales o pagar a sus trabajadores. Gran ayuda a la izquierda y a la ‘justicia social’ el silencio del amigo Jordi.

Que las últimas elecciones hayan acreditado inequívocamente que Cataluña está superando ese discurso (solo hace falta analizar los resultados y la evolución en el espacio de la izquierda no nacionalista que ha tenido Ciutadans) no ha acabado con esa anomalía, que Jordi Évole, Risto Mejide, Jorge Javier Vázquez o Julia Otero se empeñan en mantener sin sospechar siquiera que a quien le intentan hacer el boca a boca es ya un cadáver, y en estado de putrefacción. Évole y compañía insisten en que hay que votar y que la culpa es de España, cuando la sociedad catalana no nacionalista es cada vez más consciente de que un referéndum es seguir el juego al independentismo (que lo reclama para Cataluña sobre la base de la “voluntad”, pero lo negaría sin pestañear para cualquier territorio o provincia dentro de sus fronteras si alguno de ellos no quisiera sumarse a toda esta locura colectiva) y precisamente por eso, poco a poco pero de forma implacable, ha ido dando la espalda a quienes han dicho defender España mientras favorecían sin disimulo las pretensiones de los nacionalistas.

No parece a pesar de todo, decía, que la realidad catalana vaya a hacer que Jordi y sus amigos del Terrat y de La Sexta se acaben de enterar de la movida, tal vez por aquello de que lo que les funcionó en el pasado mejor no meneallo. Efectivamente, a ellos y a sus bolsillos la pose de catalán entre dos aguas de corrientes radicales siempre en conflicto por culpa de la intransigencia de la España que representa el PP les funciona, y de qué manera, en parte por el desconocimiento y la indiferencia del resto de España respecto al problema catalán. Pero la Cataluña que quiere seguir en España no está para medias tintas ni discursos ñoños y cuanto antes desenmascare esa monserga equidistante, frívola y caduca que solo consigue reforzar los intereses de quienes están intentando sin descanso establecer un régimen totalitario en Cataluña, mejor para todos. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

La caverna


Decíamos ayer...
El niño, o lo que la sociedad hace con él, es el ideal de “un solo pueblo”, integrante sumiso de una unidad inquebrantable que le lleva a perder su identidad bajo su batita mientras el mundo adulto planifica su futuro. La exaltación de la infancia y del “futuro” de que han hecho gala todos los totalitarismos responde a esa manipulación idealizada de la infancia, que se intenta reproducir en simbología y actos absurdos impropios de cualquier ser humano que se precie de ser libre. 
Y para muestra, un botón.

Da mucho miedo...

domingo, 15 de septiembre de 2013

Que vienen los buenos


En lo que ya empieza a parecerse a la peor de las distopías, el nacionalismo catalán ha decretado que la cadena humana y sus pretensiones no pueden ser objeto de crítica porque quienes la formaron eran felices. Sonreían, dice Pilar Rahola, y eso los hace invencibles, como aquellos cristianos de Quo Vadis que cantaban mientras Nerón los arrojaba a los leones.

El buenismo parece haberse convertido definitivamente en el último resquicio que ha encontrado el sectarismo totalitario para erosionar la democracia y el Estado de Derecho. Porque por encima de la democracia solo puede estar el Bien, omnipotente, incontrovertible y capaz de convertir a cualquiera que se oponga a Él en antidemocrático y fascista, ya sea porque ha ganado unas elecciones o por no reconocer un “derecho a decidir”, o sea, a independizarse, que no recoge ninguna democracia moderna para sus territorios (habrá que suponer que Italia, Alemania o Francia son también, como España, fascistas).

En los útimos años no han faltado en nuestro país ejemplos de esa lacra transversal, que se ha colado a izquierda y a derecha siempre con el mismo resultado funesto. Si Zapatero hizo de la paz su punta de lanza buenista para intentar borrar cualquier tipo de oposición a sus planes respecto a ETA, el PP cayó durante no poco tiempo en las garras de los “defensores de la familia” (uno puede estar a favor del matrimonio homosexual, pero a ver quién es el guapo que se muestra contrario a la familia). Que bajo tanta bondad se escondiese una bochornosa negociación con una banda terrorista o un intento de imposición de la moral católica es algo que a ninguno de los dos partidos pareció preocupar hasta que se dieron de bruces con las urnas.

El independentismo catalán ha sido el último en apuntarse al carro del Bien. Lejos de su característico discurso indisimuladamente agresivo, el último argumento nacionalista es la felicidad. El nacionalismo es ahora integrador y necesita de los castellanohablantes (el no permitir que sus hijos estudien en su lengua materna es una mera anécdota). No odia a España, la ama y quiere ser su vecina y hasta darle su voto si alguna vez Madrid vuelve a optar a organizar una Olimpiada (lo de fascista, ladrona y cavernícola es solo un calentón; todos sabemos que no iba en serio). ¿Quién podría oponerse a tanto amor? Nadie que no sea un malvado, obviamente.

Si hasta ahora ser contrario a la independencia era una opción política, enfrentarse en la actualidad convierte inmediatamente a quien ose expresarlo en “enemigo de la felicidad”, que decía Yevgueni Zamiatin en Nosotros. No parece probable que la Via Catalana vaya a ser la antesala de la independencia, pero sí tiene toda la pinta de ser la antesala de una Cataluña sectariamente "feliz" y marcada por la criminalización de la crítica, en medio de un escenario sin líder y con un gobierno hundido, dividido y presa de una organización a quien nadie ha votado y que le marca implacablemente la agenda.

Por este camino se perfila un horizonte crítico para Cataluña, pero también para quienes la están conduciendo a tal extremo. Los últimos tiempos en España sugieren que el buenismo suele tener un corto recorrido. Zapatero, con toda su bondad, no logró convencer a la sociedad y no logró una mayoría absoluta en el peor momento del PP (bien sabían los líderes del PSOE que ese preciso instante marcaba el final del proyecto). El PP no empezó a ser alternativa seria de gobierno mientras no se deshizo de la costra buenista que lo había secuestrado. El nacionalismo catalán acabará de la misma forma si no rectifica. Al tiempo.

martes, 10 de septiembre de 2013

El berrinche


La Assemblea Nacional Catalana ha decidido que una versión moderna del Corro de la Patata va a ser la antesala de la independencia de Cataluña. Una idea tomada del ejemplo de los países bálticos, donde, como todo el mundo sabe, décadas de Guerra Fría y la desintegración resultante de la Unión Soviética a la que pertenecían no tuvieron nada que ver en la secesión de las tres repúblicas, que con el simple gesto de cogerse de las manos admiraron al mundo de tal manera que no tuvo más remedio que concederles, así, sin más, la independencia.

La propagación y aceptación de tesis que parecen salidas de Los mundos de Yupi como si tuviesen algún rigor o fundamento histórico solo puede entenderse en una sociedad profundamente infantilizada a base de propaganda, que lo mismo se da la mano, forma una estelada humana o realiza un flashmob creyendo que va a cambiar el rumbo de la historia, que se compra un kit de merienda por la independencia digno de un campamento de boy scouts sin sentir el más mínimo rubor.


No es casualidad que la infantilización forme parte de la estrategia nacionalista. La mayoría de actividades que los adultos programan para los niños incluyen la pérdida de individualidad, la masificación y el grupo uniformado como aspectos clave en su socialización. Desde los uniformes a las excursiones cogidos de la mano (curiosa coincidencia) o incluso asidos a una cuerda, el ser humano moderno se ve sometido desde su más tierna infancia a un proceso de despersonalización del que se va deshaciendo en la edad adulta de forma natural, aunque luego lo perpetúe sin cuestionárselo demasiado en sus propios hijos. Difícilmente un adulto se sentirá cómodo formando una “cadena” o figuras geométricas como si fuese una ficha de dominó, a no ser que viva en Corea del Norte (por la cuenta que le trae)… o sea nacionalista catalán.


El niño, o lo que la sociedad hace con él, es el ideal de “un solo pueblo”, integrante sumiso de una unidad inquebrantable que le lleva a perder su identidad bajo su batita mientras el mundo adulto planifica su futuro. La exaltación de la infancia y del “futuro” de que han hecho gala todos los totalitarismos responde a esa manipulación idealizada de la infancia, que se intenta reproducir en simbología y actos absurdos impropios de cualquier ser humano que se precie de ser libre. 

Pero además de la uniformidad y la sumisión, conducir a la sociedad a un estado pueril propicia algo característico y prácticamente exclusivo en los niños: el berrinche. Porque el berrinche es un tipo de enfado que no atiende a lógica ni a razones y que suele venir precedido de la frustración de no haber conseguido una meta que seguramente al niño le parece de lo más razonable, pero que con frecuencia está desconectada de la realidad.

Después de asombrar al mundo vistiéndose de amarillo y cogidos de las manos mientras meriendan “la piruleta de la estelada” cuando la realidad nos dice que no hay ningún avance significativo, ni social ni político, para conseguir el objetivo de la autodeterminación, a los independentistas les queda pues el berrinche. Si se traducirá en arrancar páginas de la Constitución como un niño arranca las piernas de sus Madelman en pleno éxtasis destructivo o en poner del revés el retrato de algún monarca español en un ayuntamiento es ahora mismo una incógnita, aunque me temo que más pronto que tarde lo sabremos.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Los equidistantes


Por Nigromante Apresurado

Una de las causas que más han favorecido la formación de la burbuja nacionalista en Cataluña ha sido la inestimable colaboración del adversario por incomparecencia. Las causas por las que el espectro político y social no nacionalista ha estado sumido durante treinta años en una pasividad sumisa y fatalista frente a la audacia temeraria de un nacionalismo cada vez más agresivo y el abandono incomprensible del Estado merecen un profundo estudio psicoanalítico. Por eso resulta mucho más sorprendente la existencia de todo un sector de “equidistantes”, cuando para estar en medio hacen falta dos bandos, y en este caso bando solo ha existido uno, el del nacionalismo que ha ido cumpliendo todas sus hojas de ruta, devorando cada vez más  terreno político, mediático y social, y ocupando el vacío que le han ido dejando todos los demás.

Los equidistantes, provenientes muchos de sectores progres y de retórica blandamente   izquierdista, ecologista y demás variantes ideológicas igual de cool y amables, se han definido como una tercera vía frente a las opciones separatista y española. Su tarea: hacer que España fuera de alguna manera menos España para que el nacionalismo se sintiera cómodo y pudiera llevar a cabo su programa de máximos y de ingeniería social sin tener que pasar por la independencia. Cambiar una franja roja de la bandera nacional por otra morada y que así quede menos española, colaborar en la prohibición selectiva de la tauromaquia, apoyar la celebración de una consulta ilegal y unilateral y decir no querer la independencia (¿para qué demonios organizar entonces semejante consulta? ¿por qué no organizarla entonces también para Soria o para el Bierzo?), o hablar de un estado federal cuando el estado de las autonomías ya lo es son solo algunas de las ocurrencias de todo este sector dedicado en cuerpo y alma a apaciguar a un nacionalismo cada vez más agresivo, crecido y exigente.

De este sector tan guay provienen lemas tan absolutamente guays y líquidos como ellos “peor que los separatistas son los separadores”, como si existiera algún grupo nacionalista mesetario defendiendo la expulsión inmediata de Cataluña, con sus editoriales conjuntos y sus multas lingüísticas, por ser demasiado liberal y democrática. O esa monada tan entrañable de “yo soy ciudadano del mundo” ¡¡¡Yo también quiero tener esa nacionalidad mundial con el pasaporte arcoíris y mandar a tomar por saco esto tan rancio de ser español y por lo tanto ciudadano de la UE!!!

Esos sectores tan equidistantes ellos, obsesionados por caer en gracia al amo nacionalista, por no ser confundidos con españoles y por lo tanto con franquistas torturadores de animales, que incluso gobernaron en tripartito junto con el partido del que colocó a Cataluña al fin en el mapa del terrorismo, para que ETA matara solo más allá del río Cinca, siguen en su confusión. Siguen hablando de choque de trenes cuando aquí solo hay un tren a punto de descarrilar, siguen hablando de cerrazón de las dos partes y de diálogo cuando no hay diálogo posible con quien solo entiende la negociación como chantaje permanente y pulso constante a la legalidad y la legitimidad de un estado que busca destruir, siguen pensando que la deriva separatista se debe al facherío de Rajoy, cuando la realidad es que el PP está renunciando una vez más a dar una batalla política seria y argumentada al nacionalismo más allá de alguna bochornosa arenga sentimental de puertas afuera, mientras intenta quitarse el problema de encima en secreto  cediendo algún tipo de compensación fiscal, como premio de consolación para los nacionalistas por si les viene en gana meter en un cajón este quebradero de cabeza de la independencia durante un tiempo.

Este es el panorama: quien debería defender la idea de España contemporizando a la defensiva y quienes deberían defender la libertad y el pluralismo de la Cataluña real asumiendo como propios todos los clichés de la propaganda nacionalista e intentando hacer aparecer como moderación y voluntad de diálogo lo que no es más que debilidad y sometimiento a un nacionalismo envalentonado y desbocado.

Quizás ha llegado el momento de replantearse absolutamente todo. Quizás ha llegado el momento que tras la definitiva salida del armario independentista se produzca otra salida del armario mucho más audaz, valiente y necesaria. Quizás ha llegado el momento, no de celebrar la “Diada de todos”, sino de replantearse si la celebración misma de esa Diada como fiesta de Cataluña no es en sí ya una concesión a un símbolo sectario, inherente a una determinada ideología y que en el siglo XXI no puede pretender representar la complejidad de una sociedad catalana que en nada se parece ya a la de 1714. Quizás ha llegado la hora de exigirles a los equidistantes que se definan: si están del lado del nacionalismo y sus objetivos, o si están por la libertad y el pluralismo, y entonces que se opongan de una vez activamente a todo este proceso de “construcción nacional”. Que descubran que su lugar tiene que estar junto a quienes soñamos que el nacionalismo quede también en Cataluña políticamente arrinconado, expulsado del espacio central que actualmente ocupa, y que como en otras zonas de Europa occidental quede reducido a una minoría radical fanática y xenófoba marginada por cualquier opción política seria y democrática, tanto de izquierdas como de derechas.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Prohibido reír



Una ve esta imagen de 100 independentistas catalanes, 100, a lo largo de los más de 8.500 km de la Muralla China y podría hasta sonreír con simpatía si acto seguido no hiciera el ejercicio de comprobar los titulares que la maquinaria propagandística del nacionalismo ha adjudicado a la foto. “Éxito”, “toma de la Muralla” o “espectacular imagen” son algunas de sus expresiones, que dejan la pesca salmones de aquel Franco decrépito en un mero accésit en el Olimpo de lo grotesco. Sonreír no... Al final es que te tienes que reír.

Desde la campaña de Mas con los brazos en alto cual Mesías, el independentismo ha sufrido una deriva hacia el esperpento que su supuesta vocación internacional, cosmopolita, moderna y 2.0 no ha hecho más que poner de manifiesto e incluso agravar, si es que cabía. El contraste entre tales pretensiones y los delirios de la propaganda que las acompaña es demasiado grande:


El tema en sí no pasaría de lo anecdótico, insisto, si no se le intentase dar toda esa pátina de seriedad desde organismos y medios oficiales y, lo que es peor: si no se nos prohibiese reír. Porque al final se trata de eso: no te puedes reír. Ni siquiera cuando el Institut Nova Història dice que Cervantes se llamaba Servent y escribió El Quijote en catalán pero la pérfida Castilla le obligó a traducirlo. Yo, de raíces asturianas, me imagino que un historiador dice que El Quijote se llamaba El Quixotín y que en realidad se escribió en Llanes y me da a mí que por aquellos lares no paran de reír hasta el año 2020. Pero en Cataluña no: reírse del INH o de cualquier cosa de dentro de sus fronteras, por hilarante que sea, es un crimen de lesa humanidad, una ofensa y un acto de alta traición.

Basta con ver cómo un “bufón” (dicho desde el mayor de los respetos) se ha convertido en la mayor bestia negra del nacionalismo. Albert Boadella, visionario y genio catalán en el “exilio”, solo tiene el arma de la risa y la provocación, llevando al delirio su oposición al nacionalismo y ofreciendo el reflejo grotesco de lo que en realidad se está convirtiendo Cataluña, de aquello que nadie quiere ver… Resulta sintomático y a la vez estremecedor que sea precisamente eso, su irreverencia y no su españolismo, lo que los nacionalistas consideran hoy el peor de los insultos a la patria.

En medio de este panorama la carcajada es, más que una necesidad, un acto revolucionario. No queda sino reírse; por higiene y por dignidad, por rebeldía y, aún más importante, por estética. Lo sabe bien un hombre de la cultura como Boadella, admirable sobre todo porque en ninguna circunstancia, ni en el franquismo ni en el pujolismo ni en el pospujolismo, ha dejado nunca de reír.

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Nota: Me permito añadir, porque lo acabo de ver, este artículo de directe.cat, lacerante ejemplo de que en Cataluña hay quien pretende criminalizar la ironía y prohibir reír, recurriendo si es necesario a la amenaza y al tono mafioso que refleja el fragmento que reproduzco: "Albián i el 'conde' haurien de fer memòria i recordar que un temps no massa llunyà un director de La Vanguardia, Luís Martínez de Galinsoga, va insultar els catalans, i això ja els va costar un disgust." Espeluznante...