viernes, 25 de octubre de 2013

Boicot catalán al... cava catalán


Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, va y aparece esto.

Es decir, el "diario" digital Directe.cat, llamando al boicot a Freixenet, lo que ya sería en sí gracioso sin necesidad de rematarlo con la cursilería típica de quien pretende animar a un boicot sin decirlo directamente e intentando además parecer refinado. Ridículo.

Si el boicot del resto de España al cava catalán era paleto y absurdo, no creo que queden adjetivos para definir el boicot catalán al cava catalán. Cataluña, no nos engañemos, no se enfrenta solo a un proceso de independencia, sino al asalto al poder de una panda de garrulos que no solo intentan aislarla internacionalmente y enemistarla con el resto de España, sino también imponer el terror entre quienes internamente no comulguen con sus intenciones.  

La traducción:
Freixenet se cierra las puertas al mercado catalán
El presidente de las cavas nos invita a abandonar sus burbujas y elegir el cava de pequeños productores que hacen producto bien elaborado, de calidad y que tienen el país en la cabeza 
José Luis Bonet, presidente de Freixenet y de “Marcas Renombradas Españolas”, en declaraciones a THE NEW YORK TIMES, que hizo un artículo sobre los temores del empresariado catalán ante la posibilidad de una Cataluña independiente, afirmaba que “Cataluña es una parte esencial de España y debe continuar siéndolo”, y apostaba por el diálogo. Este martes algunos medios han publicado la noticia según la cual Freixenet habría paralizado la construcción de un nuevo centro logístico en Cataluña donde tenía previsto invertir más de 30 millones de euros porque teme una declaración unilateral de independencia por parte del Parlament y que ello suponga una salida de Cataluña de la Unión Europea.
Los catalanes que quieren ser consultados y que no temen a la independencia seguramente sabrán encontrar alternativas con un cava que no sea miedoso.
Bonet es uno de los grandes caciques de la uva, de los conocidos como “escanya pagesos” además de defensor activo y acérrimo de la marca España, forma parte del club de los que han vendido el país por cuatro reales y que han desprestigiado el producto –el cava- hasta límites inconcebibles. Hace ahora un año, el ingeniero, empresario y ensayista catalán Xavier Roig, en un artículo en el diario ARA, hablaba del drama del sector del cava, que se ha convertido en un producto que de catalán tiene poco y de calidad menos, y explicaba que la marca está desprestigiada a nivel mundial. Los pequeños productores que venden al mundo un producto bien elaborado deben luchar por defenderse ante una marca que se ha hecho un nombre internacional: el del vino gasificado barato, muy adecuado para elaborar “Spanish sangría”, decía Roig. El consumidor tiene siempre la última palabra.

lunes, 21 de octubre de 2013

La España guay


En los últimos años ha alcanzando cierto predicamento la idea de que el avance del nacionalismo en España se debe en parte a que nadie le ha presentado nunca batalla ideológica ni de ningún tipo. Y bien está. Pero antes de que el asunto se convierta en trending topic, convendría analizar algunos detalles de una dejadez que parece ya estructural e incurable, porque al final da la sensación de que sí, se admite el hecho, pero todo el mundo quiere quitarse el muerto de encima.

Que los partidos políticos de ámbito nacional han estado siempre más cómodos pactando con el nacionalismo “moderado” que combatiéndolo es algo que ya nadie discute a estas alturas del partido. Que la izquierda más radical  y no tan radical se ha dedicado, más que a pactar, a colaborar indisimuladamente en todos los intentos de destrucción de España, tampoco. Lo que quizás sí ha pasado más inadvertido y es objeto de no pocas reacciones airadas cuando se plantea directamente es la desidia, el desconocimiento y el sentimiento de superioridad moral que buena parte de las elites españolas han mostrado siempre hacia el nacionalismo, tal vez porque nunca les ha tocado sufrirlo o tal vez porque la España guay ha decidido que le resbala todo y que el cinismo es la única actitud a la altura de su intelecto. La historia, además, está repleta de ejemplos en los que ese cinismo ha ayudado a la democracia a imponerse a la tiranía, como sabrán.

Hablamos de esa España guay que se ríe de determinados periodistas y pensadores catalanes que llevan toda la vida enfrentados al nacionalismo, pero al parecer no tienen ni puñetera idea de lo que es. Esa España guay que todo lo soluciona con la sublime sentencia de que no hay nada más español que los nacionalistas, dicho con la complacencia y el orgullo de quien ha descubierto la pólvora. Realmente no hay nada más español que lo español, vive Dios. Pero la España guay podría pasarse la noche y parte del día redescubriéndolo entre retruécanos, alegorías y gintónics en el bar de una señora maciza o de algún amigo de la infancia, lo que en su momento vista más, como si con ello resolviese todos los enigmas del mundo e incluso del más allá. 

La España guay cree también que lo de los catalanes es solo cuestión de “pasta” (en eso coincide con el resto de las Españas posibles, hay que decirlo) y que el catalán medio es un cobarde que no se atreve a oponerse a la oligarquía nacionalista: para eso están ahí ellos, enfrentados al mundo, pletóricos y quijotescos, aunque nadie conozca cuál es el “precio” que han pagado por tanta audacia y rebeldía.

La España guay es, en suma, otra de las decenas de Españas que no ha comparecido, con el agravante de que encima quiere hacer ver que sí lo ha hecho mientras afea a los demás su conducta. O sea, eso tan español (y no acabaríamos nunca). Encontrar a un español que se tome en serio la amenaza totalitaria del nacionalismo es cada vez más como buscar una aguja en un pajar. Quizás porque aún es más difícil encontrar a un español que se tome la propia España en serio. Solo la ineptitud de los nacionalistas y la irrealidad, incluso superior a la de la España guay, en la que viven, han hecho que no estemos peor. Pero empieza a ser inevitable plantearse si, realmente, no lo merecemos.

jueves, 17 de octubre de 2013

'Censura' torera


Andan los nacionalistas al borde de las lágrimas y con las vestiduras hechas jirones desde que el Ayuntamiento de Gijón decidiese suspender un concierto de Albert Pla. El motivo de la cancelación: unas declaraciones del cantautor catalán al diario asturiano LA NUEVA ESPAÑA en las que afirmaba sentir asco por ser español. Tiempo les ha faltado a algunos para enarbolar la bandera de la “libertad de expresión” y hablar de “censura”. Esas ideas que España rompió de tanto usarlas.

Lo cierto es que Albert Pla ha hecho uso de su libertad de expresión sin que se haya ejercido ninguna censura y sin que ello le haya acarreado más consecuencias que la suspensión de su concierto por parte del Ayuntamiento de Gijón, que es quien lo había contratado y por tanto está en su pleno derecho de cancelar la actuación. Faltaría más. España se ha acostumbrado de tal manera al insulto gratuito que lo raro y escandaloso es que reaccione. Como si lo normal fuese que un músico que va a dar un concierto en París lo haga al grito de que Francia le da asco. Ya no hablamos de Cataluña, donde por mucho menos se te encadenan delante de tu casa para exigir que no abras la boca nunca más. Nadie ha mandado callar a Albert Pla ni le ha prohibido actuar en ningún sitio. Nadie se va a quedar sin poder escuchar sus opiniones o canciones si así le place. Nadie ha eliminado ni retirado ni secuestrado ningún contenido ni expresión artística del músico catalán, que es lo que realmente implica la censura.

Lo gracioso, y es que la vida es una paradoja tras otra, es que casi a la vez en Cataluña se producía un caso de veto de una expresión artística por motivos exclusivamente ideológicos que ha pasado mucho más desapercibido. Ya se sabe que lo que se convierte en norma deja de ser escándalo y el hecho de que el Ayuntamiento de Barcelona haya descartado sin dar ninguna explicación convincente la imagen publicitaria del World Press Photo por contener la fotografía de un torero ya no parece sorprender a nadie. Hay que reconocer que la reacción de los partidos de la oposición del Ayuntamiento ha sido ejemplar e incluso el antitaurino ICV ha denunciado el atropello, pero la gravedad de vetar una expresión artística únicamente por razones políticas, sin que planee siquiera la menor sombra de otros aspectos susceptibles de interpretación, como la ofensa religiosa, la violencia o la posibilidad de herir la sensibilidad (hecho por el que se había descartado la foto ganadora para promocionar el certamen), debería haber provocado una reacción social que no se ha producido y hace saltar una vez más todas las alarmas, especialmente cuando se trata de una ciudad símbolo de la vanguardia y la creatividad como es Barcelona.

“Papa, jo vull ser torero” decía Albert Pla en su célebre canción sin sospechar seguramente que eso es algo que en Cataluña se acabaría prohibiendo como quien dice hasta en foto. A mí, que reconozco haber sentido siempre cierta admiración por él, me sorprende ese repentino giro político y, si bien puede manifestar lo que quiera, obviamente, creo que nunca está de más mostrar un mínimo respeto por el público y no perder de vista que es bastante probable que sean la democracia y la legislación españolas las únicas que lo puedan proteger si un día se le vuelven en contra el puritanismo, la mediocridad y el pensamiento único que está imponiendo el nacionalismo catalán. Porque de eso no está libre nadie. Ni siquiera los que ahora le son útiles como él.

lunes, 14 de octubre de 2013

Ens insulten


El nacionalismo catalán, ese sentimiento permanentemente insultado y humillado por el Estado español, tiene la curiosa costumbre de llenar las páginas de sus periódicos con ilustraciones como las que reproduzco en esta entrada. En ellas, se presenta una deformación grotesca de los españoles como seres subdesarrollados (en algunos casos con rasgos primitivos y claramente infrahumanos), violentos, ladrones y maltratadores, frente a una imagen de los catalanes como seres civilizados, democráticos, pacíficos y víctimas de la intransigencia y el expolio españoles. ¿A alguien le suena? Sí: el parecido del mensaje con el de cierto medio tristemente célebre por incitar al odio y de cuyo nombre no quiero acordarme llega a ser tan espeluznante que da miedo pensarlo. 

El 12 de octubre ha sido una ocasión formidable para desplegar todo ese "talento" al servicio de la pedagogía del odio: a falta de imágenes reales que corroborasen la presencia de símbolos fascistas en la concentración de plaza Catalunya, la viñeta se ha convertido en un vehículo perfecto para relatar lo que sencillamente no ocurrió y encuadrar a decenas de miles de personas que pacíficamente se reunieron para celebrar el Día de la Hispanidad en movimientos ultras y fascistoides.

Cosas así suceden prácticamente a diario sin que ello tenga ninguna consecuencia. Quisiera con este compendio llamar la atención sobre el peligro para la convivencia que supone la presencia constante de este tipo de humor gráfico en la prensa catalana. No existe un equivalente en la prensa del resto de España, esa a la que se califica recurrentemente de "caverna", y es de justicia señalarlo. El pueblo catalán no es ridiculizado ni caricaturizado de forma sistemática como lo hace una parte de la prensa nacionalista con los españoles. Y, a pesar de todo, cosas de la propaganda, los insultados son ellos.

Viñeta publicada en LA MAÑANA:


Viñeta publicada en el digital EL CIRC DE TARRAGONA:


Viñeta publicada en la edición digital de EL PUNT AVUI, a propósito de la tragedia de Santiago de Compostela que costó la vida a 79 personas. Posteriormente fue retirada por las innumerables quejas en las redes sociales:


Viñeta publicada en EL 9 NOU, en que España aparece representada como un violador:


Otros ejemplos publicados en LA MAÑANA:





Algunos ejemplos aparecidos en EL PUNT AVUI:




Nada más que añadir.

sábado, 12 de octubre de 2013

Lo imposible (homenaje a Sophie Scholl)


Por Nigromante Apresurado


Lo imposible es el título de la popular película de Bayona en la que, refiriéndose al tsunami que arrasó el Pacífico en 2004, da a entender lo desestabilizador que es que pase algo que nunca habíamos imaginado que pudiera ocurrir, pero que sin embargo ocurre. La historia del ascenso del nazismo es la historia de cómo una panda de lunáticos e inadaptados logró hacerse con el poder en una nación de 80 millones de habitantes que era la vanguardia del mundo en cultura y civilización. Hacer un repaso a los nombres de quienes habían colocado a Alemania a la cabeza del pensamiento occidental en el momento del ascenso de Hitler al poder produce vértigo: Thomas Mann, Albert Einstein, Bertolt Bretch, Martin Heiddeger, Hermann Hesse; en el arte: Carl Orff, Robert Weine, Friedrich Wilhem Murnau, Marlene Dietrich, Walter Gropius, Mies van der Rohe, Peter Behrens, la Bauhaus, Ernst Kirchner, Otto Dix…y si le sumamos Austria, anexionada en 1938 y tierra natal de Hitler: Sigmund Freud, Fritz Lang, Ludwig Wittgenstein, Karl Popper, Oskar Kokoshka, Billy Wilder

Toda esta fantástica concentración de genios y el ambiente fértil, moderno, abierto, cosmopolita que les vio nacer quedó barrido por la ola de locura colectiva desatada por una banda de aventureros políticos nacionalistas vulgares, populistas y demagogos hasta la náusea, marginales, grotescos y supersticiosos. Nadie fue capaz de intuir dentro de Alemania ni fuera de ella la verdadera peligrosidad de esta panda de criminales, y nadie se opuso a ellos con la fuerza necesaria para su neutralización hasta que solo una guerra mundial de 6 años con decenas de millones de muertos pudo llevar a su completa aniquilación. Nadie se tomó en serio la amenaza de los desfiles con antorchas y banderas de las secciones de asalto hitlerianas, más allá de un vago desprecio estético o intelectual, ni la violencia callejera desplegada, que se consideraba como el contrapunto necesario de la de las juventudes comunistas, ni el veneno explícito racista y antisemita en una época en la que grandes autoridades académicas defendían teorías raciales y frenológicas pseudocientíficas para llevar a cabo la mejora de la población a través de técnicas de ingeniería social y eugenesia.

Pero lo cierto es que lo imposible pasó. El histriónico agitador y sus secuaces, parodiados hasta la saciedad, despreciados por su vulgaridad, por su esquematismo mental, vistos desde la izquierda como simples perros guardianes del capital y desde la derecha como unos advenedizos sin clase ni talento, se hicieron democrática y legalmente con el poder sin apenas oposición el 30 de enero de 1933, e instauraron en pocos meses, ayudados por la práctica indiferencia general y el apoyo entusiasta de unos pocos, un estado totalitario y terrorista en un  proceso tan siniestro como paradigmático que recibe el nombre de  Gleichschaltung. Ese proceso finaliza el 2 de enero de 1934 cuando al morir Hindenburg, Hitler concentra en su persona los cargos de Canciller y Presidente y la bandera del NSDAP pasa a ser la bandera alemana en sustitución de la bandera constitucional. Conforme se esfumaba cualquier conato no ya de oposición, sino de simple disidencia interior, los nazis comenzaron a cumplir los puntos de su programa uno a uno, puntos que ya estaban escritos y al alcance de todos en el Mein Kampf, pero que nadie pensó que fueran capaces de llevar a cabo, creyendo que se limitaban a mera propaganda, retórica violenta y antisemita para movilizar a los sectores ultranacionalistas alemanes y para manipular al pueblo en provecho propio. Pero lo cierto es que los nazis creían en lo que predicaban y simplemente fueron cumpliendo su programa tal y como habían anunciado. Así de obvio y así de fácil. Y nadie hizo nada ni dentro de Alemania ni fuera de ella hasta que fue demasiado tarde y el monstruo se había hecho fuerte. Ni Francia ni Inglaterra, apaciguadoras siempre, cediendo a las exigencias hitlerianas que consideraban en parte legítimas o comprensibles, por debilidad o por simple pacifismo mal entendido, ni Stalin, pactando con los nazis y descabezando mientras tanto a su propio Ejército Rojo, obsesionado como estaba con el enemigo interior real o imaginario, supieron ver lo que se les venía encima. Pero se les vino.

Si Alemania y Austria han podido sobrevivir como naciones a la vergüenza y a la infamia de los 12 años de barbarie nacionalsocialista, 12 años que barrieron de un plumazo siglos enteros de los más grandes filósofos, poetas y músicos, estadistas, científicos e inventores, como si en aquella tierra solo hubiera existido desde el origen de los tiempos un oscurantismo supersticioso de disparatadas leyendas nórdicas adorado por masas de racistas asesinos y fanáticos, fue por el sacrificio de unas decenas escasas de personas (¡de entre más de 80 millones!) que pagaron con su vida el no renunciar a su libertad y a su dignidad, y que llamativamente no surgieron de la intelectualidad, ni de la izquierda, ni de los obreros, ni de los campesinos, ni de los soldados, sino de un pequeño círculo de universitarios cristianos, de la alta aristocracia conservadora y de un selecto grupo de oficiales del ejército alemán: los jóvenes profesores y estudiantes bávaros de la Rosa Blanca en 1943 y la conjura cívico-militar de julio de 1944. Frente al nacionalismo hitleriano que hundió a Alemania y a Europa entera, unas pocas personas demostraron hasta la muerte lo que significa el verdadero patriotismo: amar a tu país sinceramente buscando lo mejor para él, y amar por ello a toda la humanidad. Justo lo opuesto al nacionalismo, que es siempre, en cualquier caso y en cualquier lugar, excluyente y se alimenta solo de odio.

Quiero que este artículo sirva de pequeño homenaje a los hermanos Sophie y Hans Scholl y sus compañeros de Die Weisse Rose, guillotinados por los nazis simplemente por defender la vida, la libertad y la dignidad humanas, así como a Claus Von Stauffenberg y todos los demás miembros de la conjura de julio, los que fueron fusilados sobre el terreno y los que fueron detenidos, salvajemente torturados, humillados en una farsa de juicio y finalmente ahorcados en un sótano con cuerdas de piano, por defender el honor de su ejército y de su patria. Que su modelo sirva de guía a todos los resistentes presentes y futuros contra todos los totalitarismos y en especial contra el más infame de todos: el totalitarismo nacionalista.

martes, 1 de octubre de 2013

En el mes de la prevención del cáncer de mama


En enero de 2011 a mi madre le diagnosticaron un cáncer de mama. Al lógico golpe inicial se sumaron diez meses durísimos de tratamiento entre operación, quimioterapia y radioterapia. Solo la esperanza y la íntima convicción de que lograrás salir adelante pueden hacerte soportar el auténtico via crucis que supone un tratamiento tan agresivo y devastador. En casos como el de mi madre, se ven muestras de estoicismo y valor que no se olvidan jamás.

Mientras ello sucedía pude comprobar con horror cómo una realidad paralela alrededor de ese tema se desarrollaba en las redes sociales. Una realidad paralela que más bien cabría calificar de irrealidad, a tenor del trato alegre y frívolo que, con el supuesto ánimo de concienciar, se estaba dando a la enfermedad. Durante todos estos años, y tras haber vivido la experiencia de mi madre, no he dejado de preguntarme cómo se puede concienciar a la población sobre la importancia de la prevención cuando se presenta una enfermedad que puede ser mortal como si fuera una fiesta. El contraste con el mensaje directo y sin tapujos que se da en general con otras enfermedades en las que también es esencial la prevención es demasiado grande y te lleva inevitablemente a preguntarte por qué y si realmente esa edulcoración y frivolización del cáncer de mama está sirviendo para concienciar a alguien. Porque da la sensación de que, lejos de conseguir tal objetivo, todo este fenómeno no está sirviendo más que para desinformar, dificultar afrontar el cáncer con ánimo positivo pero como lo que es (una grave enfermedad) y darle una dimensión de “reivindicación femenina” que no le corresponde y no beneficia a nadie.

Sirvan como ejemplo esos juegos por todos conocidos de escribir un mensaje en el muro de Facebook cuyo significado solo entienden otras mujeres. A la obvia inutilidad una vez conseguida cierta notoriedad la primera vez (objetivo ya de por sí muy discutible), se une, por una parte, el hacer creer a quien participa que está haciendo algo por la prevención del cáncer de mama (falso) y, por la otra, el no menos detestable gesto de excluir a los hombres, en lo que parece un intento de convertir la enfermedad en un signo de poder y autoafirmación femeninos, y dando incluso por hecho que los padres, hermanos, esposos e hijos de las mujeres con cáncer no sufren los más mínimo y que, por tanto, no pueden participar en esa especie de fiesta de pijamas que las otras mujeres han montado para mostrar su solidaridad con las afectadas. Un mensaje muy positivo y de mucha ayuda para las mujeres que sufren cáncer y necesitan, más que nunca, el amor y el apoyo de toda su familia.

Octubre es el mes de la prevención del cáncer de mama. Mi madre es una de esas mujeres que ha salvado su vida por la providencial aparición de una carta del departament de Salut que la emplazaba a realizarse una mamografía. Gracias a la investigación y a los programas de detección precoz, la supervivencia aumenta cada año un 1,4%. La concienciación sobre la importancia de prevenir está siendo un éxito; el bochornoso espectáculo formado alrededor en algunos medios y redes sociales, no. Si un extraterrestre llegara hoy a la Tierra, tal vez tendría motivos para sospechar que algo tan serio como el cáncer de mama está “de moda”. Y tal vez tendría aún más motivos para pensar que además del cáncer, existe en la sociedad otra enfermedad, esta de carácter social, que no es otra que la estupidez y la falta de empatía. Una enfermedad que no es mortal pero que puede ser terriblemente grave porque, de momento, no tiene cura.