sábado, 2 de noviembre de 2013

Cree el ladrón...


Por Nigromante Apresurado

…que todos son de su condición, dice el refrán. Nada más cierto cuando se trata de los nacionalistas. Para ellos el mundo es una selva de nacionalismos enfrentados los unos a los otros. Así como para el marxismo la historia se entiende como una eterna lucha de clases (y de razas para los nazis),  para los nacionalistas, es una continua lucha de nacionalismos por imponerse los unos a los otros. Y por supuesto, todos lo somos. Nacionalistas, digo, todos lo somos. Si uno está a favor de la unidad de España por ejemplo, es un nacionalista español. Si el Partido Socialista francés llena sus mítines con banderas republicanas, es que son una panda de nacionalistas franceses. Claro. Para qué votar al Front National de Le Pen teniendo al PSF.

Sin embargo el nacionalismo, como doctrina política, es algo relativamente reciente. Es un invento de las revoluciones burguesas. Tras acabar con la lealtad al rey y la fe religiosa como motores del patriotismo, los estados liberales del siglo XIX tuvieron que inventar algo que supiera movilizar a las masas en su defensa. Y esa herramienta fue el nacionalismo. Algo relativamente sencillo, pues si para movilizarse a través la religión es necesario tener una visión abstracta de la existencia y creer en la trascendencia del alma, para ser nacionalista solo hay que tener bien engrasado el instinto territorial de los animales: un gregarismo de manada que ya es capaz de desplegar en todo su potencial, por ejemplo, el cerebro de las hormigas.

Pese a ser algo tremendamente fácil de provocar incluso en las mentes más limitadas (especialmente si lo son), los estados serios, civilizados y responsables, renunciaron a utilizar nacionalismo como motivador político por los perniciosos efectos secundarios observados en poco menos de un siglo de uso indiscriminado. Como las armas químicas o la esterilización de discapacitados, el nacionalismo es algo que ya solo pueden defender en el mundo del siglo XXI algunos sátrapas orientales o ciertas tiranías africanas. Desde luego es algo completamente incompatible con la democracia moderna, y por supuesto con la construcción europea, que se hizo, precisamente, contra y en contra de los nacionalismos.

Aunque algunos consideren que el patriotismo y el nacionalismo son sinónimos, y los nacionalistas suelen encontrar cierto placer morboso en llamarse a sí mismos patriotas, como si eso les elevara más allá de lo mezquino de su ideología, lo cierto es que un nacionalista siempre es un mal patriota. Ya lo decía Camus: amo demasiado a mi país para ser nacionalista. Ejemplos podemos verlos en cualquier lado. Cuando el nacionalismo, los nacionalistas, se hacen con el poder en un territorio, lo que sigue siempre es un rosario de calamidades. Lo que pasó en la antigua Yugoslavia lo tenemos suficientemente cerca y creo que no merece mayor explicación.

Hay otra característica notable de los nacionalismos y es que todos ellos sin excepción, son capaces de entender que los demás nacionalismos son malos, salvo ¡oh casualidad! el suyo propio, que siempre es bueno. Es curioso porque eso no pasa con otras ideologías: los socialistas, los comunistas, los liberales, incluso los islamistas, son capaces de unirse en hermandades supranacionales, de hecho lo hacen constantemente  con muy buenos resultados. Los nacionalistas jamás. Tal es su naturaleza excluyente. Un nacionalista griego y uno turco por ejemplo siempre se llevarán a matar. De hecho, parece que los nacionalismos disfrutan guerreando constantemente los unos contra los otros. No es de extrañar pues esa es precisamente  su deprimente visión del mundo. Si diferentes nacionalismos se unen, es simplemente por el interés circunstancial de combatir a un enemigo común y nunca por verdadera empatía. Como USA y Bin Laden en Afganistán cuando había que echar a los soviéticos. El engendro de Galeusca sin ir más lejos responde a esa dinámica. Lo cual no evitará que a pesar de las fotos y los actos de hermandad de esa cosa ideada simplemente para acabar con España sumando fuerzas, los nacionalistas catalanes sigan pensando que los vascos son unos brutos y que los gallegos son unos paletos incapaces de entender las sutilezas mediterráneas de los que inventaron el pacto y la democracia a nivel mundial, mientras que los nacionalistas vascos están convencidos de que los catalanes son unos peseteros y los gallegos unos melancólicos, que como a todos los pueblos latinos les falta el coraje, la nobleza, la honestidad y la hombría necesarias para acometer grandes empresas como Dios manda. Sin embargo, los nacionalistas gallegos secretamente se reirán de todos ellos, porque saben que son los únicos nacionalistas buenos, ya que los vascos y los catalanes no son más que una panda de burgueses egoístas y privilegiados que siempre y por mucho que se esfuercen carecerán del alma poética, desprendida, sacrificada y aventurera de los gallegos.