Por Nigromante Apresurado
…que todos son de su condición, dice el refrán. Nada más
cierto cuando se trata de los nacionalistas. Para ellos el mundo es una selva
de nacionalismos enfrentados los unos a los otros. Así como para el marxismo la
historia se entiende como una eterna lucha de clases (y de razas para los nazis),
para los nacionalistas, es una continua
lucha de nacionalismos por imponerse los unos a los otros. Y por supuesto,
todos lo somos. Nacionalistas, digo, todos lo somos. Si uno está a favor de la unidad
de España por ejemplo, es un nacionalista español. Si el Partido Socialista
francés llena sus mítines con banderas republicanas, es que son una panda de
nacionalistas franceses. Claro. Para qué votar al Front National de Le Pen
teniendo al PSF.
Sin embargo el nacionalismo, como doctrina política, es algo
relativamente reciente. Es un invento de las revoluciones burguesas. Tras
acabar con la lealtad al rey y la fe religiosa como motores del patriotismo, los
estados liberales del siglo XIX tuvieron que inventar algo que supiera
movilizar a las masas en su defensa. Y esa herramienta fue el nacionalismo.
Algo relativamente sencillo, pues si para movilizarse a través la religión es
necesario tener una visión abstracta de la existencia y creer en la trascendencia
del alma, para ser nacionalista solo hay que tener bien engrasado el instinto
territorial de los animales: un gregarismo de manada que ya es capaz de
desplegar en todo su potencial, por ejemplo, el cerebro de las hormigas.
Pese a ser algo tremendamente fácil de provocar incluso en
las mentes más limitadas (especialmente si lo son), los estados serios,
civilizados y responsables, renunciaron a utilizar nacionalismo como motivador político
por los perniciosos efectos secundarios observados en poco menos de un siglo de
uso indiscriminado. Como las armas químicas o la esterilización de
discapacitados, el nacionalismo es algo que ya solo pueden defender en el mundo
del siglo XXI algunos sátrapas orientales o ciertas tiranías africanas. Desde
luego es algo completamente incompatible con la democracia moderna, y por
supuesto con la construcción europea, que se hizo, precisamente, contra y en
contra de los nacionalismos.
Aunque algunos consideren que el patriotismo y el
nacionalismo son sinónimos, y los nacionalistas suelen encontrar cierto placer
morboso en llamarse a sí mismos patriotas, como si eso les elevara más allá de
lo mezquino de su ideología, lo cierto es que un nacionalista siempre es un mal
patriota. Ya lo decía Camus: amo demasiado a mi país para ser nacionalista.
Ejemplos podemos verlos en cualquier lado. Cuando el nacionalismo, los
nacionalistas, se hacen con el poder en un territorio, lo que sigue siempre es
un rosario de calamidades. Lo que pasó en la antigua Yugoslavia lo tenemos
suficientemente cerca y creo que no merece mayor explicación.